miércoles, 26 de diciembre de 2018

CARLO LEVI NO SE PARÓ EN ÉBOLI



"Manual de Uso Cultural" (número 40, 2018) publica un trabajito que escribí, titulado "Carlo Levi no se paró en Éboli". Un placer que agradezco. El texto es el que sigue.



CARLO LEVI NO SE PARÓ EN ÉBOLI
 
 
Antonio J. Quesada
 
 
El Sur es ese lugar aparentemente geográfico que se mitifica desde un presunto norte. Por tantas partes y de tantas maneras: la huida que siempre añoramos (y que nunca llevaremos a cabo) es a los Mares del Sur; a él viajamos en invierno con Vázquez Montalbán y Eliot, después de leer hasta entrada la noche; Víctor Erice también nos incitó hacia esa parte de la geografía de la que huyeron, a su manera, Rocco y sus hermanos o La Mari, que terminaba catalanizada tras escapar de Alosno y sus fandangos, etc. En España, en Estados Unidos, en el planeta: el duro Sur es un estado de ánimo. También lo es en Italia, donde la terra de Visconti tremava, Rocco olvidaba el dialecto de su tierra en el norte industrializado, y cuando el Nápoles de Maradona llegaba a Milán para jugar un partido era recibido con pancartas en las que le daban la bienvenida a Italia. En ese espíritu podemos encuadrar  la novela del polifacético Carlo Levi Cristo si è fermato a Éboli (hoy, si tuviese tono humorístico, podría entroncar con Bienvenidos al norte y sucedáneos). Publicada en 1945, el texto autobiográfico de Levi refleja el destierro de un intelectual antifascista a la zona de la actual Basilicata y su descubrimiento de una civilización inimaginable en Turín, como es la de los campesinos sureños. Civilización ajena al progreso y a la propia Historia, dejada de la mano de Dios (Cristo jamás llegó allí, se quedó en Éboli) y del Estado, en pensamientos que hubiesen incitado al debate con el Genio Pasolini. El Estado era algo ajeno, casi enemigo, y Nueva York era ese sueño que permitía abandonar tanta miseria de todo tipo.
Con el tiempo (1979), Francesco Rosi filmaría una película basada en esta gran obra, trasladando a la pantalla ese aroma tan afín al “realismo mágico” que se respira en el bello libro de Levi. Hace ahora cuarenta años de aquella mítica película (de casi todo empieza a hacer cuarenta años). El protagonista será un magistral Gian Maria Volonté, a quien reconocemos como aquel Izarra de Operación Ogro (1978), pero también como interviniente en películas de la talla de Il caso Moro (1986) o Todo Modo (1975), así como en algunas obras de Sergio Leone. Se puede entrever a Levi bajo su aspecto: su interpretación es inolvidable (y atentos a las intervenciones de la mítica Irene Papas y de Alain Cuny, ex-Steiner de La dolce vita).
Si algún calificativo podemos aplicar con propiedad a la película es el de poética o el de introspectiva. El placer estético de su visionado es evidente, con ese auxilio magistral de fotografía y música. Además, refleja un mundo que ya no existe (como aquel subproletariado de Pasolini), y eso añade un interés sociológico al inevitable goce estético que proporciona. Merece la pena llevar la contraria a Dios y no detenerse en Éboli: merece la pena seguir e intentar aclimatarnos, como el reflexivo protagonista, a este duro mundo.
No es fácil tal mundo, tampoco lo idealicemos. “Se va de voluntario a África: no tiene bastante con el África que hay aquí”, confiesa un nostálgico de América, de los pocos que mantienen los lazos con la esperanza, mientras Faccetta nera, aquel himno fascista tan conectado con Abisinia, se adueñaba de todo (en esto la película tiene una conexión evidente con la magistral Una giornata particolare de Ettore Scola, en la que la Italia oficial que vomitaba la radio, mediante discursos, himnos y rimbombantes locutores, se adueñaba de las intimidades de los ciudadanos). Un mundo al que Cristo no llegó, pues se detuvo en Éboli y no siguió más allá: tierra en la que el médico es casi un lujo al alcance de unos pocos, como los libros; lugares que acogen a castigados políticos y en los que los martinicos (espíritus más o menos burlones de niños muertos sin bautizar) son más reales que los maestros de escuela. También Sciascia dejó páginas míticas sobre la Sicilia eterna, quizás porque, en el fondo, maleando a Cortázar podemos asegurar que todos los sures el sur.
Carlo Levi, a diferencia de Cristo, no se paró en Éboli. Siguió. Y describió el sur magistralmente.
 
 

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