No me queda más remedio que confesar mi condición de "cultureta", porque
rebosa por todos los poros de la piel (del mismo modo que me acerco más
al perfil de Woody Allen que al de Sylvester Stallone, tema
insoportable para el ego cuando uno es joven, mas ya no es el caso).
Pero en uno de los autobuses que tomo por las mañanas, a horas intempestivas, va otro "cultureta". Y, no sé, me siento raro. Nunca me ha importado la competencia, briego con ella desde que nací, pero... es como si mi alma se trasladase al cuerpo de este rival y... no deja de ser extraño proyectarse fuera del cuerpo. No tengo motivos de queja: no es un usuario del perfil del que va contando su vida a un teléfono móvil o pegando la hebra con alguien a grito pelado. No. Como buen cultureta, vive y deja vivir. Se puede leer tranquilamente, no molesta.
Pero me da la impresión de que es un cultureta malagueño canónico, algo que yo no creo ser, y eso me permitió dejar volar la imaginación y ser un poco malévolo, al alba (que es cuando más apetece ser malévolo, que luego se lía la jornada). Le diseñé una personalidad, mientras él seguía ajustándose las gafas, absorto con su libro de Galaxia Gutenberg: funcionario de esos que se ponen felices cuando le reconocen un trienio-quinquenio-sexenio-decenio-milenio-o-lo-que-sea, porque se reconoce el trabajo bien hecho, abriga lo último de Antonio Soler debajo del brazo, y lo alterna con lo penúltimo de Caballero Bonald (al que alguna vez ha escuchado en persona en Calle Ollerías), mira la agenda del CAL para estar al día de lo bueno que se cuece en la Málaga letraherida canónica, y a veces incluso va a algo (cuando no tiene que hacer alguna compra para casa, cena con un matrimonio amigo o llevar al niño al Conservatorio), abre los periódicos locales por las páginas de Cultura (sobre todo las de "Sur", que son las que con más fuerza ordenan el canon malagueño) y así se entera de lo que merece la pena, mientras repasa los correos sindicales de cada día y se indigna con que exista Vox, y por eso también lee los editoriales de "El País" y escucha las tertulias de "La Secta", en televisión (para tener munición argumental), critica un ratito a los fachas (sean los que sean) y a la Iglesia, todavía no sabe si fueron mejores los Beatles o los Rolling, pero siempre asegura que para él eran complementarios, etc.
Y fantaseé: cualquier día, en el autobús, me acercaré y le diré "forastero, este autobús es demasiado pequeño para los dos". Y, como eso que digo huele a western, los dos nos sentiremos indignados por el homenaje a este género y la cosa quedará en nada. Cada uno irá con su libro debajo del brazo a su oficina, y a seguir haciendo méritos para que nos reconozcan el próximo sexenio.
Pero en uno de los autobuses que tomo por las mañanas, a horas intempestivas, va otro "cultureta". Y, no sé, me siento raro. Nunca me ha importado la competencia, briego con ella desde que nací, pero... es como si mi alma se trasladase al cuerpo de este rival y... no deja de ser extraño proyectarse fuera del cuerpo. No tengo motivos de queja: no es un usuario del perfil del que va contando su vida a un teléfono móvil o pegando la hebra con alguien a grito pelado. No. Como buen cultureta, vive y deja vivir. Se puede leer tranquilamente, no molesta.
Pero me da la impresión de que es un cultureta malagueño canónico, algo que yo no creo ser, y eso me permitió dejar volar la imaginación y ser un poco malévolo, al alba (que es cuando más apetece ser malévolo, que luego se lía la jornada). Le diseñé una personalidad, mientras él seguía ajustándose las gafas, absorto con su libro de Galaxia Gutenberg: funcionario de esos que se ponen felices cuando le reconocen un trienio-quinquenio-sexenio-decenio-milenio-o-lo-que-sea, porque se reconoce el trabajo bien hecho, abriga lo último de Antonio Soler debajo del brazo, y lo alterna con lo penúltimo de Caballero Bonald (al que alguna vez ha escuchado en persona en Calle Ollerías), mira la agenda del CAL para estar al día de lo bueno que se cuece en la Málaga letraherida canónica, y a veces incluso va a algo (cuando no tiene que hacer alguna compra para casa, cena con un matrimonio amigo o llevar al niño al Conservatorio), abre los periódicos locales por las páginas de Cultura (sobre todo las de "Sur", que son las que con más fuerza ordenan el canon malagueño) y así se entera de lo que merece la pena, mientras repasa los correos sindicales de cada día y se indigna con que exista Vox, y por eso también lee los editoriales de "El País" y escucha las tertulias de "La Secta", en televisión (para tener munición argumental), critica un ratito a los fachas (sean los que sean) y a la Iglesia, todavía no sabe si fueron mejores los Beatles o los Rolling, pero siempre asegura que para él eran complementarios, etc.
Y fantaseé: cualquier día, en el autobús, me acercaré y le diré "forastero, este autobús es demasiado pequeño para los dos". Y, como eso que digo huele a western, los dos nos sentiremos indignados por el homenaje a este género y la cosa quedará en nada. Cada uno irá con su libro debajo del brazo a su oficina, y a seguir haciendo méritos para que nos reconozcan el próximo sexenio.
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