Hace un tiempo publiqué un relato con tintes "saramaguianos" sobre un político. Puede ser actual, creo yo. Feliz comienzo de semana, amics.
EL CANDIDATO
Quince minutos antes de la hora fijada para que comenzara el acto electoral, el candidato apareció en el pabellón de deportes. Llegaba en coche, con dos guardaespaldas y dos asesores, meditando sobre lo que iba a decir, con los folios perfectamente numerados y ordenados. Tenía varias ideas en la cabeza, y algún que otro “tema-colchón”, por si acaso (daba igual que las elecciones fuesen municipales, esos “temas-colchón” siempre eran bienvenidos por el auditorio) (1).
El comité de recepción estaba compuesto por los cuatro candidatos siguientes de la lista, y estaban algo nerviosos: no había venido nadie todavía para asistir al acto. Las banderas del partido estaban, muertas, apiladas contra alguna esquina del pabellón, y el tenderete con chapas, llaveros, mecheros y demás cacharros electorales dormía el sueño de los justos.
Los periodistas no daban crédito, era la primera vez que sucedía algo así en una campaña electoral. El candidato se ajustó la corbata y, pasándose un pañuelo por la frente, decidió. “Vamos a buscar al público”, espetó a su corte. “No desesperemos”.
El candidato salió del pabellón y se encontró a un anciano fumando un cigarro en un banco del parque. “Amigo, ¿quiere usted venir a escuchar todo lo que vamos a hacer por el pueblo si salgo elegido alcalde?” El anciano siguió fumando, en silencio. Cuando el candidato terminó de hablar le dedicó una mirada escrutadora y descreída, tiró el cigarro y se levantó. “No creo en ninguno de ustedes, son todos unos golfos”, dijo, mientras pisaba el cigarro en el suelo. “Buenas tardes”. Se fue.
El candidato encontró a una joven pareja que paseaba a su hijo y les dijo lo mismo que al anciano. La pareja miró al candidato, al que conocían por los carteles que empapelaban la ciudad, y entonces él comentó “mire, no nos interesa perder el tiempo. Disculpe”. Y, apartándole con la mano, siguieron su camino. El candidato no daba crédito. ¿Qué era esto? Al darse la vuelta, una señora con un bastón le interrogó. “Usted es el candidato, ¿verdad? Pues bien, dígame por qué tendría que fiarme de usted, que no hace más que perjudicarme. ¿No se da cuenta de que no le necesito, de que está de más?”.
El candidato volvió hacia el pabellón de deportes, nervioso, y allí estaban, mano sobre mano, los otros políticos del partido. No daban crédito a la situación. Nadie en las gradas. ¿Sería posible esto? ¿La intoxicación de los otros candidatos había llegado hasta este punto? ¡Qué gran injusticia!
Entonces apareció un señor con una caja, un palillo de dientes en la boca y los políticos suspiraron, aliviados. Por fin, el primer simpatizante. Pero no: sólo venía a dejar unas botellas de agua que se habían comprado para el acto y quería, además, que se le pagara en efectivo. Se le pagó y se fue.
Lo peor que le puede suceder a un político: no tener auditorio.
En ese momento, el candidato despertó, sudoroso, moviéndose nerviosamente y gritando palabras ininteligibles. “¿Qué pasa, Paco?”, preguntó su mujer, algo alarmada, encendiendo la luz del dormitorio. “Nada, Fernanda, un mal sueño”.
Un mal sueño, claro.
(1) Lector, elige tú estos temas, conforme a tus propias ideas: la guerra de Irak, las subvenciones a la Iglesia , la corrupción, el 11-M, la asignatura de “Educación para la ciudadanía”, la política exterior del Gobierno de la nación, el terrorismo o la clase de religión, por ejemplo.
Y los sueños... sueños son.
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