viernes, 20 de diciembre de 2013

EL PERRO DE LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES Y YO

2 comentarios:

  1. Frecuento sitios poco recomendables en demasiadas ocasiones, me lo tienen dicho. No puedo hacer otra cosa: me gusta perderme y quedarme conmigo mismo (disfruto conmigo mismo, no me aburro), y pasear por los barrios es muy útil para este menester. Rodeado por la multitud desconocida: es decir, solo.
    Fantástico.
    Cierto día paseaba por la zona de la Estación de Autobuses, zona peligrosa donde las haya en todas las ciudades para casi todo lo decente que queda en la vida, y me encontré con un perro horriblemente sucio, cargado de bichos y con esa mirada que tenemos las víctimas de todas las guerras. De la familia, inevitable.
    Y escribí este poema, que si mal no recuerdo se publicó en algún sitio, y que está incluido en un libro que me aseguran que saldrá el año próximo. Ojalá sea verdad...

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  2. El perro de la estación

    El perro de la estación de autobuses
    estaba
    solo,
    sucio
    y
    mal dormido.
    Vagaba. Estaba. Era.
    Miraba todo con ojos de víctima,
    con esos ojos que tienen (¿tenemos?) todas las víctimas.
    Se rascaba, luchando inútilmente contra sus parásitos,
    y
    miraba todo con desencanto.
    El perro de la estación y yo cruzamos nuestras miradas.
    Entiendo perfectamente al perro de la estación.
    El perro de la estación me entiende perfectamente.
    En el fondo,
    yo soy él
    y
    él es yo.
    El perro de la estación. Yo.

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