Encuentro, mirando por aquí y por allá, un bello retrato de Pier Paolo Pasolini realizado por José Agustín Goytisolo. No quiero perderlo, por eso lo enlazo en el blog. Gracias, Javier Travieso, por el texto.
http://javiertravieso.blogspot.com.es/2009/02/un-hombre-triste-pier-paolo-pasolini.html
UN HOMBRE TRISTE
Por: José Agustín Goytisolo
Debio ser a mediados de 1963 cuando Carlos Barral me encargó la traducción de los guiones de Accatone y Mamma Roma para publicarlos en Biblioteca Breve
Por aquellos años. y desde finales de los cincuenta, iba yo con bastante frecuencia a Italia, a Milan sobre todo, ciudad en la que tenía buenos y buenas amigas: Mario Spinella, Myriam Sumbulovich, Ellio Vittorini y Carmen Gregotti, Rossana Rossanda y muchos más compagni de la espléndida revista Rináscita , que se reunían además semanalmente en una especie de tertulia-rebótica en la librería de Aldobrandi, en donde se trataban temas preferentemente literarios y políticos; también conocía a gente más joven que giraba en torno al entonces solo crítico y ensayista Umberto Eco, el "Castellet" milanés de la época; Edoardo Sanguineti, Fuiro Colombo, Nani Balestrini...en fin, los que luego formaron el Gruppo 63
Hablé del encargo de traducir los citados guiones con Myriam Sumbulovich, y de la dificicultad que para mi suponía el hecho de que los dialogos estuviesen escritos en romanesco, dialecto empleado por el que en castellano se llamaría "pueblo bajo" de Roma y de sus alrededores.
La Sumbulovich, que me ayudó al principio y que conocía a todo el mundo y se movía por los círuclos literarios y políticos con la rapidez de una ardilla y la elegancia de una "bella judía" me dió la dirección de Pasolini en Roma. después de telefonearle y anunicarle mi deseo de hablar con el.
Era un hombre de complexión fuerte, algo bajo de estatura, de rostro anguloso y ojos penetrantes al mirar y como distraidos cuando escuchaba o callaba: vestía muy pulcramente, con prendas casi deportivas unas veces y otras con trajes bien cortados, camisas elegantes, corbatas a tono y zapatos finos. Podía pasar por un hombre adinerado que practicase el golf o la equitación . Preguntaba por todo y, en cambio era muy conciso al responder; mantenía un aire algo triste, ausente o preocupado a veces. Me ayudó mucho al traducir al italiano y al matizar palabras y expresiones de los dialogos romanescos
La primera vez trabajamos en su casa, y luego en una tratorria , pero la mayor parte de su ayuda me la brindó paseando por las calles cercanas a la Stazione Termini o caminando y sentándonos en bares de varios borghettos o arrabales de inmigrantes del Mezzogiorno, que se hacinaban en torno a la Ciudad Eterna, que lo resistía todo como avergonzada. Eran precisamente los lugares que frecuentaba o había frecuentado durante el rodaje de sus dos primeras películas. Mucha gente lo conocía y saludaba, tanto al cruzarse con nosotros en las calles o descampados , como al verle sentado mientras bebiamos algo en algún desvencijado caffétabacchi. Una tarde me acompañó al impresionante cementerio Campo Verano , situado detrás de San Lorenzo fuori le mura, muy cerca de la Ciudad Universitaria: se lo conocía palmo a palmo
Regrese a Barcelona y, después de pulir la versión castellana de los guiones, los entregué a Seix Barral. Mamma Roma se publicó en Biblioteca Breve con bastante éxito, no tanto por el nombre de Pasolini -poco conocido entonces en este país- y mucho menos por mi traducción- como por la portada libro, que presentaba a una Anna Magnani en un momento de su espléndida actuación. Accatone, sin embargo, con todo el lío del apartamiento y posterior separación de Carlos Barral de aquella editorial, se quedó allí, en la "casa oscura", y nunca he podido recuperar el original y copia que entregué, perdido en el tumulto y desorden que se organizó.
Pocos meses más tarde, Pasolini apareció por Barcelona, pues había encontrado a su Cristo en la persona de un estudiante Barcelonés llamado Enrique Irazoqui, que no era actor, pero que rodó como tal Cristo en Il vangelo secondo Matteo. Después de convencer a la familia de Irazoqui para que dejara actuar al hijo, Pasolini estuvo en casa conversando con gente de cine y teatro: Miguel Portex-Moix, Román Gubern, Ricard Salvat...Pasolini preguntaba sobre todo lo que llamaba su atención: los distintos precios que las putas y putos pedían a sus clientes, de que región de España o del mundo habían llegado allí, que quería decir una palomita o un carajillo, por qué circulaban tantas parejas de grises por las calles, con cuanto dinero se podía vivir...
En su siguiente visita a Barcelona, un grupo de estudiantes nos pidió a los que éramos sus amigos que aceptara dar una charla sobre su obra como escritor y director de cine y sobre su ideología marxista. Su nombre sonaba ya mucho en los ambientes de la progresía resistencialista , y a mucha gente le costaba entender su muy particular modo de ser, a la vez cristiano y marxista, y le atraía su halo de homosexualidad confeso, cosa de la que no alardeaba nunca, y que no traslucía ni en su porte, ni en sus gestos ni en su modo de hablar, Pasolini accedió enseguida a tal charla, que al no poder darse en un local público, porque la policía hubiese denegado el permiso, se pensó en alguna Facultad universitaria. Pero ni en Derecho ni en Filosofía y Letras se pudo conseguir; serían sus decanos, o la policía, o quizá solo el miedo...Por fin, una estudiante listilla consiguió que el decano de Medicina consintiera que el acto tuviese lugar en el Paraninfo de la Facultad
Al otro día, cuando llegamos a Medicina, y con el paraninfo lleno, alguien, creo que el delegado del SEU, nos comunicó que la policía había prohibido la charla. Hubo protestas, abucheos, indignación general y desorden absoluto. pero la estudiante listilla y un grupo de compañeros consiguieron que se hiciera silencio y nos condujeron, a Pasolini, a sus amigos y a todos los asistentes, a la callandita y sin formar tropel, al Hospital Clínico, la otra mitad gemela del edificio de Medicina al que se llegaba a través de un amplio pasillo subterraneo, un tunel y la policía, si es que había allí algún agente de paisano, y el tipo del SEU, o no se enteraron o desistieron ante la general tenacidad.
Ya en el Clínico no se encontró mejor lugar que la sala magistral de vivisección de cadáveres, una especie de gallera o pequeña plaza de toros en la que los alumnos de Medicina observaban las autopsias y escuchaban las explicaciones de sus profesores o catedráticos. En las gradas de aquel coso de vivisección, se apiñaron muchas más personas de las que cabían y los que no encontraron acomodo llenaron los accesos y pasillos cercanos, y también se sentaron en el suelo, en torno a Pasolini. Aquellos parecía un escenario pasoliniano: la mesa de mármol blanco, muy limpia y ligeramente inclinada, con sus canalillos para el desague de los liquidos resultantes de las autopsias; la luz cenital, filtrada, que volvía cerúleos los rostros y acusaba los rasgos de la gente, la inusual arquitectura del lugar...
Pasolini se situó, en pie, detrás de la mesa, apoyando a veces sus manos en ella, franqueado por Salvador Clotás y por mi, que hicimos su presentación y actuamos como moderadores del coloquio que siguió, y como traductores cuando convenía. La charla fue concisa, clara y sugestiva: dijo quien era, qué y por qué escribía, dirigía peliculas y por qué le apasionaba el teatro, la gente, y también declaró, por supuesto, que era marxista y que creía en ciertos aspectos del cristianismo, que juzgaba positivos. Y antes de que nadie le preguntara sobre cuestión alguna, fue él quien abrió el fuego preguntando a los asistentes, que elegía como al azar o quizá porque algún rostro le parecía más o menos interesante.
El público polítizó enseguidá aquel coloquio, azuzado por Pasolini, que prefería oir las respuestas oir las respuestas a sus preguntas que manifestar sus propias opiniones. Salió encantado de la charla-coloquio y durante el almuerzo suiguió preguntando a los que compartimos con el la mesa sobre el poder antifranquista que representaba una universidad con alumnos como aquellos, si había contacto entre el mundo intelectual y el mundo del trabajo...Creo que le dijimos la verdad: que, pese a las apariencias, había dictadura para largo. No se sorprendió, parecía que esperaba nuestra opinión, y que incluso la compartía, pese a lamentar que el final del franquismo tardara en llegar.
Estuvo otra vez, que yo recuerde, en Barcelona. Fue por los años 66-67, aprovechando las pausas forzadas, y para el desesperantes, del rodaje de exteriores de Edipo Re, que se realizaban en Marruecos, Tunez y algún otro país norteafricano. Estaba más delgado, moreno por el sol del Magreb y con ganas, como siempre, de andar y ver lugares y gentes. Me pidió que lo acompañara a conocer algún cementerio y fuimos primero al cementerio Viejo, ruinoso pero muy bello y luego al cementerio de Montjuich, colgado en la ladera de la montaña que da al mar. Se pasó la tarde leyendo inscripciones, contemplando alguna feliz estatua, observando los lujosos panteones, de pésimo gusto muchos de ellos, pero otros muy hermosos, sentándose sobre alguna tumba para descansar o pensar, asomándose a la fosa común o tremendo Fossar de la Pedrera y caminando entre los paredones de los nichos amontonados, parecidos a las entonces llamadas viviendas bonificables, horribles, pero llenos de flores y fotografías. Le mostré las tumbas, sin nombre en sus lápidad, de Durruti, Acaso y Ferrer Guardia, con inscripciones a lápiz de los anarquistas, que los empleados del cementerio estaban obligados a borrar de cuando en cuando, pero que reaparecían una y otra vez. También vio el nicho, casi tapado por flores y viejas coronas, en el que se leía, apartandolas, solo un nombre: Lluis Companys. Ante estos cuatro enterramientos, Pasolini arrancó unas flores frescas de otros nichos o tumbas y los depositó en las losas de los cuatro personajes citados.
La última vez que vi a Pasolini fue en 1973, en Roma, en una cena en la que estaban Francesco Rosi, Antonello Trombadori, Mario Alicata y Ernesto Treccani, entre otros. Pasolini casi no habló y Rosi acaparó la conversación, contándonos el poder sangriento de la mafia , y las amenazas de muerte que había sufrido durante y después del rodaje de Il caso Mattei , que se cumplieron en la persona de su ayudante de dirección, no recuerdo si en la citada película o en otra anterior llamada Le mani sulla cittá, que había sido asesinado.
Pasolini, casi sin que lo advirtiera nadie, se marchó en la sobremesa, después del café y las grappe .
Por: José Agustín Goytisolo
Debio ser a mediados de 1963 cuando Carlos Barral me encargó la traducción de los guiones de Accatone y Mamma Roma para publicarlos en Biblioteca Breve
Por aquellos años. y desde finales de los cincuenta, iba yo con bastante frecuencia a Italia, a Milan sobre todo, ciudad en la que tenía buenos y buenas amigas: Mario Spinella, Myriam Sumbulovich, Ellio Vittorini y Carmen Gregotti, Rossana Rossanda y muchos más compagni de la espléndida revista Rináscita , que se reunían además semanalmente en una especie de tertulia-rebótica en la librería de Aldobrandi, en donde se trataban temas preferentemente literarios y políticos; también conocía a gente más joven que giraba en torno al entonces solo crítico y ensayista Umberto Eco, el "Castellet" milanés de la época; Edoardo Sanguineti, Fuiro Colombo, Nani Balestrini...en fin, los que luego formaron el Gruppo 63
Hablé del encargo de traducir los citados guiones con Myriam Sumbulovich, y de la dificicultad que para mi suponía el hecho de que los dialogos estuviesen escritos en romanesco, dialecto empleado por el que en castellano se llamaría "pueblo bajo" de Roma y de sus alrededores.
La Sumbulovich, que me ayudó al principio y que conocía a todo el mundo y se movía por los círuclos literarios y políticos con la rapidez de una ardilla y la elegancia de una "bella judía" me dió la dirección de Pasolini en Roma. después de telefonearle y anunicarle mi deseo de hablar con el.
Era un hombre de complexión fuerte, algo bajo de estatura, de rostro anguloso y ojos penetrantes al mirar y como distraidos cuando escuchaba o callaba: vestía muy pulcramente, con prendas casi deportivas unas veces y otras con trajes bien cortados, camisas elegantes, corbatas a tono y zapatos finos. Podía pasar por un hombre adinerado que practicase el golf o la equitación . Preguntaba por todo y, en cambio era muy conciso al responder; mantenía un aire algo triste, ausente o preocupado a veces. Me ayudó mucho al traducir al italiano y al matizar palabras y expresiones de los dialogos romanescos
La primera vez trabajamos en su casa, y luego en una tratorria , pero la mayor parte de su ayuda me la brindó paseando por las calles cercanas a la Stazione Termini o caminando y sentándonos en bares de varios borghettos o arrabales de inmigrantes del Mezzogiorno, que se hacinaban en torno a la Ciudad Eterna, que lo resistía todo como avergonzada. Eran precisamente los lugares que frecuentaba o había frecuentado durante el rodaje de sus dos primeras películas. Mucha gente lo conocía y saludaba, tanto al cruzarse con nosotros en las calles o descampados , como al verle sentado mientras bebiamos algo en algún desvencijado caffétabacchi. Una tarde me acompañó al impresionante cementerio Campo Verano , situado detrás de San Lorenzo fuori le mura, muy cerca de la Ciudad Universitaria: se lo conocía palmo a palmo
Regrese a Barcelona y, después de pulir la versión castellana de los guiones, los entregué a Seix Barral. Mamma Roma se publicó en Biblioteca Breve con bastante éxito, no tanto por el nombre de Pasolini -poco conocido entonces en este país- y mucho menos por mi traducción- como por la portada libro, que presentaba a una Anna Magnani en un momento de su espléndida actuación. Accatone, sin embargo, con todo el lío del apartamiento y posterior separación de Carlos Barral de aquella editorial, se quedó allí, en la "casa oscura", y nunca he podido recuperar el original y copia que entregué, perdido en el tumulto y desorden que se organizó.
Pocos meses más tarde, Pasolini apareció por Barcelona, pues había encontrado a su Cristo en la persona de un estudiante Barcelonés llamado Enrique Irazoqui, que no era actor, pero que rodó como tal Cristo en Il vangelo secondo Matteo. Después de convencer a la familia de Irazoqui para que dejara actuar al hijo, Pasolini estuvo en casa conversando con gente de cine y teatro: Miguel Portex-Moix, Román Gubern, Ricard Salvat...Pasolini preguntaba sobre todo lo que llamaba su atención: los distintos precios que las putas y putos pedían a sus clientes, de que región de España o del mundo habían llegado allí, que quería decir una palomita o un carajillo, por qué circulaban tantas parejas de grises por las calles, con cuanto dinero se podía vivir...
En su siguiente visita a Barcelona, un grupo de estudiantes nos pidió a los que éramos sus amigos que aceptara dar una charla sobre su obra como escritor y director de cine y sobre su ideología marxista. Su nombre sonaba ya mucho en los ambientes de la progresía resistencialista , y a mucha gente le costaba entender su muy particular modo de ser, a la vez cristiano y marxista, y le atraía su halo de homosexualidad confeso, cosa de la que no alardeaba nunca, y que no traslucía ni en su porte, ni en sus gestos ni en su modo de hablar, Pasolini accedió enseguida a tal charla, que al no poder darse en un local público, porque la policía hubiese denegado el permiso, se pensó en alguna Facultad universitaria. Pero ni en Derecho ni en Filosofía y Letras se pudo conseguir; serían sus decanos, o la policía, o quizá solo el miedo...Por fin, una estudiante listilla consiguió que el decano de Medicina consintiera que el acto tuviese lugar en el Paraninfo de la Facultad
Al otro día, cuando llegamos a Medicina, y con el paraninfo lleno, alguien, creo que el delegado del SEU, nos comunicó que la policía había prohibido la charla. Hubo protestas, abucheos, indignación general y desorden absoluto. pero la estudiante listilla y un grupo de compañeros consiguieron que se hiciera silencio y nos condujeron, a Pasolini, a sus amigos y a todos los asistentes, a la callandita y sin formar tropel, al Hospital Clínico, la otra mitad gemela del edificio de Medicina al que se llegaba a través de un amplio pasillo subterraneo, un tunel y la policía, si es que había allí algún agente de paisano, y el tipo del SEU, o no se enteraron o desistieron ante la general tenacidad.
Ya en el Clínico no se encontró mejor lugar que la sala magistral de vivisección de cadáveres, una especie de gallera o pequeña plaza de toros en la que los alumnos de Medicina observaban las autopsias y escuchaban las explicaciones de sus profesores o catedráticos. En las gradas de aquel coso de vivisección, se apiñaron muchas más personas de las que cabían y los que no encontraron acomodo llenaron los accesos y pasillos cercanos, y también se sentaron en el suelo, en torno a Pasolini. Aquellos parecía un escenario pasoliniano: la mesa de mármol blanco, muy limpia y ligeramente inclinada, con sus canalillos para el desague de los liquidos resultantes de las autopsias; la luz cenital, filtrada, que volvía cerúleos los rostros y acusaba los rasgos de la gente, la inusual arquitectura del lugar...
Pasolini se situó, en pie, detrás de la mesa, apoyando a veces sus manos en ella, franqueado por Salvador Clotás y por mi, que hicimos su presentación y actuamos como moderadores del coloquio que siguió, y como traductores cuando convenía. La charla fue concisa, clara y sugestiva: dijo quien era, qué y por qué escribía, dirigía peliculas y por qué le apasionaba el teatro, la gente, y también declaró, por supuesto, que era marxista y que creía en ciertos aspectos del cristianismo, que juzgaba positivos. Y antes de que nadie le preguntara sobre cuestión alguna, fue él quien abrió el fuego preguntando a los asistentes, que elegía como al azar o quizá porque algún rostro le parecía más o menos interesante.
El público polítizó enseguidá aquel coloquio, azuzado por Pasolini, que prefería oir las respuestas oir las respuestas a sus preguntas que manifestar sus propias opiniones. Salió encantado de la charla-coloquio y durante el almuerzo suiguió preguntando a los que compartimos con el la mesa sobre el poder antifranquista que representaba una universidad con alumnos como aquellos, si había contacto entre el mundo intelectual y el mundo del trabajo...Creo que le dijimos la verdad: que, pese a las apariencias, había dictadura para largo. No se sorprendió, parecía que esperaba nuestra opinión, y que incluso la compartía, pese a lamentar que el final del franquismo tardara en llegar.
Estuvo otra vez, que yo recuerde, en Barcelona. Fue por los años 66-67, aprovechando las pausas forzadas, y para el desesperantes, del rodaje de exteriores de Edipo Re, que se realizaban en Marruecos, Tunez y algún otro país norteafricano. Estaba más delgado, moreno por el sol del Magreb y con ganas, como siempre, de andar y ver lugares y gentes. Me pidió que lo acompañara a conocer algún cementerio y fuimos primero al cementerio Viejo, ruinoso pero muy bello y luego al cementerio de Montjuich, colgado en la ladera de la montaña que da al mar. Se pasó la tarde leyendo inscripciones, contemplando alguna feliz estatua, observando los lujosos panteones, de pésimo gusto muchos de ellos, pero otros muy hermosos, sentándose sobre alguna tumba para descansar o pensar, asomándose a la fosa común o tremendo Fossar de la Pedrera y caminando entre los paredones de los nichos amontonados, parecidos a las entonces llamadas viviendas bonificables, horribles, pero llenos de flores y fotografías. Le mostré las tumbas, sin nombre en sus lápidad, de Durruti, Acaso y Ferrer Guardia, con inscripciones a lápiz de los anarquistas, que los empleados del cementerio estaban obligados a borrar de cuando en cuando, pero que reaparecían una y otra vez. También vio el nicho, casi tapado por flores y viejas coronas, en el que se leía, apartandolas, solo un nombre: Lluis Companys. Ante estos cuatro enterramientos, Pasolini arrancó unas flores frescas de otros nichos o tumbas y los depositó en las losas de los cuatro personajes citados.
La última vez que vi a Pasolini fue en 1973, en Roma, en una cena en la que estaban Francesco Rosi, Antonello Trombadori, Mario Alicata y Ernesto Treccani, entre otros. Pasolini casi no habló y Rosi acaparó la conversación, contándonos el poder sangriento de la mafia , y las amenazas de muerte que había sufrido durante y después del rodaje de Il caso Mattei , que se cumplieron en la persona de su ayudante de dirección, no recuerdo si en la citada película o en otra anterior llamada Le mani sulla cittá, que había sido asesinado.
Pasolini, casi sin que lo advirtiera nadie, se marchó en la sobremesa, después del café y las grappe .
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