Unas reflexiones, ara que no tinc vint anys, que pensé que se podrían publicar en un Diario de tirada nacional. Iluso de mí.
Se las regalo a mi mejor editor. Al único al que no tengo que hacer la pelota, ni acceder a él tras buscar contactos para que me recomienden. A mí mismo. A mi blog.
Se las regalo a mi mejor editor. Al único al que no tengo que hacer la pelota, ni acceder a él tras buscar contactos para que me recomienden. A mí mismo. A mi blog.
La desconexión sentimental, o una habitación para dos, si ya no nos
queremos
demasiado
Antonio J. Quesada
Profesor de Derecho Civil
Universidad de Málaga
España tiene un problema
(político) y necesita ir al psiquiatra. El primer paso para comenzar a resolver
cualquier problema es reconocer su existencia, pues de lo contrario empezamos
mal. Esto está al alcance no solamente de cualquier psicólogo, sino también de
cualquier enfermo con arrebatos de lucidez. “No, si yo controlo, esto no es un
problema, cuando quiera lo dejo”, nos confiesa el adicto a no sé qué droga,
alcohol, tabaco o a lo que sea que genere adicción, con los ojos como platos,
movimientos espasmódicos y sudando a mares. ¿Resulta creíble? ¿Seguro que
estamos bien?
España como problema. Catalunya como problema. Parezco un
legatario de la Generación del 98 venido a menos y pasado por la thermomix de los tiempos de la posverdad,
que es como aludir a los tiempos del cólera pero en posmoderno. España sufre un
grave problema político territorial que, como no se ha solucionado, ha acabado
convirtiéndose en un previsible problema jurídico. Y en estos días inciertos
asistimos a una inevitable obra de teatro que, si no fuera tan dramática,
aburriría hasta als cargols: los
diálogos de los protagonistas son tan previsibles que casi parecen
estereotipos, y eso no beneficia a la musculatura narrativa del guión. Por un
lado, las autoridades catalanas y una considerable parte del pueblo catalán,
que se levantan contra las leyes del Estado en una huida colectiva hacia
adelante, asegurando que las suyas son mejores, como más fetén, se envuelven en la senyera
(oficial u oficiosa) y, abrigaditos, juegan al independentismo canónico e
irredento. Por otra parte, las autoridades del Estado y otra buena parte del
pueblo, catalán y español, que proponen lo único que se puede proponer en el
punto en que estamos: aplicar la Ley. Esto no es ningún proyecto más allá del
normal desarrollo del Estado de Derecho, por lo que no es solución política
ilusionante. Ley, Ley y más Ley. Autoridades para las que, si hay algo sagrado
en este valle de lágrimas, no es el Estado social ni el libre desarrollo de la
personalidad, sino la unidad de la Patria. Hasta ahí podíamos llegar: “antes
roja que rota”, decían en otros tiempos.
Un problema tan grave
como el que sobrellevamos tratado como si fuese una final de la Copa del Rey de
fútbol, con muchas cabezas que embisten y pocas que piensan (ya nos lo enseñó
Antonio Machado). El independentismo, como el nacionalismo, es una postura muy
legítima (tanto, al menos, como las concepciones contrarias), siempre que se
respete el ordenamiento jurídico de un Estado democrático. Lo contrario sería
huir hacia ninguna parte y a velocidad de crucero: pretender que brille la
legalidad desde la ilegalidad. Complejo. Me recuerda esto a aquellas
entrañables películas italianas de Vittorio de Sica y de Pietro Germi, en las
que el matrimonio all’italiana se
basaba en el engaño y el divorzio
all’italiana en el asesinato de la esposa. Malament, tú.
Y al margen de este
espectáculo teatral tan previsible estamos asistiendo a las consecuencias
sociopolíticas que, por desgracia, pueden asociarse a un proceso como el que se
vive en un país como el nuestro: la inevitable polarización, con listas negras,
rebaños gritones que insultan a rebaños menos gritones, sean los que sean,
gentes que defienden a los suyos a la legionaria, “con razón o sin ella”, guerras
de banderas, vuelos gallináceos de diversos pelajes y la democracia que acaba
saliendo por la ventana como el gas cuando uno abre una botella de champán
(perdón, de cava). No hay que vivir en
una sociedad totalitaria para tener una mentalidad totalitaria, nos lo enseñó
Orwell hace tiempo. Cuidado.
“¿Qué hacer?”, se
planteó Lenin alguna vez, hace mucho de aquello. “¿Qué hacer?”, nos podemos
plantear nosotros ahora. Jurídicamente no hay debate: el Estado tiene la
legitimidad para hacer lo que hace (y podría llegar más lejos). Con todas las
bendiciones legales democráticas. Pero políticamente sí tengo más dudas: hay un
problema, sí, aunque algunos no quieren verlo, y debemos solucionarlo si no
queremos que la herida siga abierta, caiga sal y se produzca una desconexión,
ya que no jurídica, sí sentimental, emocional, y al cien por cien. “No me
dejáis partir, ¿verdad? Pues ahora me vais a aguantar”. Para quien simplemente
se plantea vencer, el problema está resuelto: quien prefiere convencer lo tiene
mucho más complejo.
Personalmente tenemos
una inquietud: ¿seremos capaces de reconducir emocional y jurídicamente todo
para ser capaces de estar cómodos en este Estado o nos sucederá lo que de algún
modo planteaba el gran Jaime Gil de Biedma en aquel mítico poema, y ocuparemos
una habitación para dos, aunque ya no nos queramos demasiado? Cuidado: “No hay
nada tan dulce como una habitación / para dos”, aseguraba el inolvidable texto
poético. Correcto. Pero, ¡ay, si no nos queremos demasiado, a ver cómo
sobrevivimos en esa habitación! Qué incomodidad, ¿verdad?
Temo a la desconexión
sentimental: temo a la habitación, porque intuyo que, cuando termine la
función, podamos no querernos demasiado.
Lúcida reflexión amigo Antonio, con un final en el que temes esa inevitable desconexión sentimental, en toda confrontación sentimental se termina con la indiferencia y eso si que nos duele a los que amamos el todo y la parte tanto como el todo.
ResponderEliminarEs un riesgo grave, querido Víctor, cuando incluso los que estamos más interesados en estos temas (así como en desvirtuar mentiras) acabamos cada vez más agotados... Abrazos muy fuertes,
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con tus reflexiones D.Antonio, aunque yo creo que a parte de que se lleve un tiempo fomentando "la desconexion sentimental" desde las escuelas.
ResponderEliminarYo creo que el problema fundamental es el económico.
Si hubieran conseguido un "cupo" como el Vasco,no estarían las cosas como están ahora. De echo lo que han priorizado es la creación de la "hacienda Catalana"
Se mezcla un poco todo, pero en estos temas en los que está lo identitario de por medio... es especialmente complejo. ¡Abrazos, amigo, gracias por visitar este vecindario!
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