LA CATALANA QUE BUSCABA LA CASA USHER EN ASTORGA
Antonio J. Quesada
Profesor Titular Universidad de Málaga
Gracias al buen hacer de Sergio Fernández Martínez, que traduce la obra, vuelve a publicarse (ahora en castellano) “Jardín hundido”, de Teresa Pàmies, una señora que es un género en sí misma. Como sucede con todos los personajes, cuando lo son o cuando van de ello por la vida y por la Historia, contaminan consigo mismos todo lo que tratan, y son como ciertas personas que informan de la situación meteorológica en televisión: no te permiten ver el mapa, porque son conscientes de que lo mejor que puedes hacer es verles a ellos. Imaginen: libro de viaje de una persona que acude a Astorga en 1989 impresionada por el aura de “El desencanto”. Así contado, parece claro: tenía que hacerme con él. Lo que encontré, después, merece alguna línea.
La gran aportación que hace el libro de Pàmies, en mi modesta opinión, es leer la película (y, acertada o equivocadamente, también la historia de la familia de Leopoldo Panero) con óptica de género, poniendo el foco en Felicidad Blanc, ese personaje inmensamente atractivo que empezaba a destapar la botella de champán de su persona en plena transición (unos años después de la película llegaría su libro de Memorias, “Espejo de sombras”). No oculta Pàmies que sentía “una gran compasión por aquella madre a la deriva”, a la que en algún momento presenta como Mater dolorosa. Interesante e innovador enfoque, sobre todo en la época en que se escribió el libro. Lo que me parece criticable es que, para reivindicar a Blanc, la autora prepare una tortilla con los tópicos más refritos sobre los diversos creadores de la familia Panero, utilizando “El desencanto” como un acta notarial que, sin duda, no es. Es una obra creativa. Por ejemplificar con algo que a Pàmies le hubiera encantado, se cuenta que a Manuel Vázquez Montalbán le robaron el coche, en cierta ocasión. Llamó a la policía (porque por muy rojo, infrarrojo o ultrarrojo que se sea, cuando hay fuego siempre se termina llamando a los bomberos) y, tras contar el asunto al agente, éste le comentó, mirándole con cierta pena, “hay que ver, que le roben el coche a un detective”. El policía confundió a la persona privada con el personaje creativo ideado por él: puede que algo de eso suceda cuando se interpreta la vida y milagros de cada creador de la familia Panero utilizando “El desencanto” como referente irrefutable. Es tan erróneo obviar la obra maestra de Chávarri a esos efectos como concederle fidelidad notarial a lo que es una obra creativa.
Así, Pàmies alude al “drama familiar”, a las “vivencias de una familia deshecha” o a la necesidad freudiana de matar al padre, convertido en estatua que adornaba Astorga, para terminar el libro recordando lo que consideraba la “decadencia de una saga de malogrados poetas”. Sin entrar en el desacertado final, el texto se vertebra en torno a inexactitudes claras, medias verdades y acomodamiento en el tópico: el batiburrillo más o menos al uso para despachar a Leopoldo Panero y su familia en dos líneas, basándose en una película. ¿Describiríamos la ciudad de Casablanca recurriendo a la película magistral de Michael Curtiz? Evidentemente, no. Pero sale barato, todavía hoy, hurgar y hacer sangre con los Panero, quizás porque tuvieron el desacierto de, en un país donde llevamos la envidia y la sed de venganza en las venas, hacer una obra maestra del cine jugando a la “autoficción”, y eso no siempre es comprendido (que le pregunten a Mario Vargas Llosa y a Julia Urquidi, “la tía Julia”). En vez de gozar con la obra de arte y la verdad creativa es más fácil cargar contra los protagonistas y aludir a una presunta verdad real que, además, está por ver. Enfoque desenfocado. Y dañino. A veces también hay interesantes aciertos en el libro, como aproximarse a “El desencanto” con la consideración de Leopoldo María como personaje principal de la misma, hasta el punto de considerar que sin él no hubiera habido película o ésta hubiera sido muy distinta. Sí, en eso creo que Pàmies acierta plenamente.
Si desprendemos el libro de Pàmies del interés paneriano (el único que me llevó a leerlo), me llama la atención lo mal parado que sale mi querido Hotel Gaudí (al que tanto cariño tengo) o, también, “La Peseta”, y me parece interesante que, cuando recrea a San Marcos, se ocupe de las gestiones para liberar a Leopoldo Panero de una muerte previsible durante la guerra civil, por sus tendencias izquierdistas (algo que tampoco se airea demasiado en la tortillita paneriana de divulgación consuetudinaria), o la referencia a Juanita de la Torre y Nikita Mijalkov. En otros momentos el desinterés parece grande, como cuando le cuela una ese de más a Calvert Casey, “la calvita”, o cuando alude a la librería de ocasión El Aleph, “supongo que es un nombre árabe”. Menos mal que tenían algo de Juan Goytisolo en tan borgiano negocio, y eso lo salva. Y esto nos conduce al otro enfoque esencial para comprender el libro: la visión del catalán que visita territorios de España (del “Estado”) y que sale de Cataluña como a una Berbería sorprendentemente razonable, pues esperaba el subdesarrollo más profundo. Como aquel entrenador de la NBA que se enfrentó a un equipo europeo y, al verles, exclamó: “¡pero si son tan altos como nosotros!”.
Ese trazo está “escrito a cada instante”: la mención a “nuestro Joan Vinyoli”, a esa “unión tan precaria” que algunos llaman España, la relevancia que cobra el Palacio Episcopal, en el que “los catalanes nos sentimos como en casa”, pues Gaudí acudió allí por un encargo del Obispo, que era de Reus, y eran evidentes las “complicidades compatriotas” entre ambos, la mención a los turistas españoles que lo visitan y que pasan de reglas y recomendaciones, ya se sabe cómo son, o destacar el interés en aprovechar la fama de Gaudí para “potenciar Astorga”, como si el maravilloso Palacio Episcopal fuese lo único que merezca la pena en Astorga. Y sigue: se pueden escuchar en la villa conversaciones en catalán, algo que alegra el espíritu de Pàmies, pues “Gaudí atrae legiones de catalanes a la ciudad de Astorga”. Además, se siente en buena compañía al citar a Josep M. Subirachs, incluso a Baltasar Porcel (“rediós”: yo soy de Marsé) o cuando logró hablar, en sus tertulias leonesas, de “Cataluña y de sus problemas”, supongo que muy diferentes de los del resto del Estado.
A pesar del cierto deslumbramiento que se entrevé por los Panero, tiene uno la sensación de que estamos ante el libro de una catalana que sale de (su) Arcadia para visitar la casa Usher en Astorga, y que a pesar de que confiesa que este viaje le ha liberado de ciertos prejuicios, me da que otros siguieron en perfecto estado de revista. En todo caso, una lectura interesante.
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