El perro de la estación
El
perro de la estación de autobuses
estaba
solo,
sucio
y
mal
dormido.
Vagaba.
Estaba. Era.
Miraba
todo con ojos de víctima,
con
esos ojos que tienen (¿tenemos?) todas las víctimas.
Se
rascaba, luchando inútilmente contra sus parásitos,
y
miraba
todo con desencanto.
El
perro de la estación y yo cruzamos nuestras miradas.
Entiendo
perfectamente al perro de la estación.
El
perro de la estación me entiende perfectamente.
En
el fondo,
yo
soy él
y
él
es yo.
El
perro de la estación. Yo.
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