martes, 2 de junio de 2015

HOMENAJE A "DESTIEMPO"



 Alguna vez escribí este homenaje a Borges, que pretende ser muchas más cosas. Lo he retocado, y creo que sigue legible. Al menos, útil para pasar un rato pintoresco.




El legado

Antonio J. Quesada

A Jorge Luis Borges. Por todo.


 


- Menuda decepción, tío –me confesaba, mientras bajábamos de la notaría-. Vaya mierda de herencia.


- No lo mires así, hombre, piensa que esas dos revistas deben de valer mucho –intenté que recapacitara. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, pienso yo: los papeles aquellos debían de costar un buen dinero.


- Ya, si eso no lo discuto. Pero, para una vez que alguien me deja algo en herencia, tiene que ser un par de revistas viejas, me cago en la leche. Y si por lo menos hubiera tías en pelotas –sonreía, con la mirada algo perdida-, pero no: tiene que ser una revista literaria argentina, que tiene cojones la cosa. Y, además, vieja: de antes de la guerra.


- Hombre, tú no eres muy aficionado a leer, pero bueno, debe de ser valiosa cuando el Notario ha dicho lo que ha dicho. Mira, vamos a tomar un café, anda, que nos vendrá bien –le tomé del brazo y nos adentramos en el primer bar que encontramos abierto, lleno de oficinistas y gentes de todo tipo que hacían un alto en su mañana.


 


La revista en cuestión era “Destiempo”, y en el legado se transmitían el número 1 y el número 2, de octubre y noviembre de 1936.


Lo que en principio podía parecer un lote de papeluchos tenía más historia, como conoce cualquier lletraferit, y como supe yo mismo con posterioridad. La revista “Destiempo” fue publicada por Borges y por Bioy Casares y financiada por este último. Era, realmente, una broma literaria: el jefe de redacción era un tal “Ernesto Pissavini”, un completo desconocido en las tertulias literarias que sembró de misterio las conversaciones de los literatos argentinos de la época. Y con razón: Ernesto Pissavini era el nombre del portero de Bioy, allá en la Avenida Quintana. Los ejemplares de esta revista eran, en realidad, publicaciones mínimas, de seis páginas, en formato tabloid, de los que sobreviven dos ediciones de tres que se hicieron. Hoy día las mismas están, evidentemente, en manos de coleccionistas.


Y en manos de Manolo, gracias al legado.


 


- Pero lo que más me jode, Antonio, es el modo de decirlo en el testamento –me confesaba, mientras tomábamos café-. El jodido viejo reparte casas, dineros, fincas, joyas, y a mí me deja dos papeluchos con los que lo mejor que puedo hacer es limpiarme el culo. Pero sobre todo es el recochineo: “a mi fiel Manolo” –atento al modo de decirlo: “a mi fiel Manolo”, dice el viejo cabrón-, en gratitud por sus atenciones, le transmito en legado lo más preciado de mi patrimonio: mis ejemplares de la revista “Destiempo”. Cágate: haz de chofer fiel de un gaucho ricachón durante más de treinta años, callando mil cosas, para que te deje en herencia dos revistas de mierda. Puta vida –su indignación y excitación iban creciendo por segundos.


- Es raro, Manolo. Esas revistas deben de valer mucho –volví a repetirle, intentando que entrara en razón.


- Más que raro, es una putada. El viejo siempre me decía que su reloj, de oro y titanio, me lo regalaría algún día. Y el capullo va y me deja de herencia dos revistas. “La concha de su madre”, como solía decir él. El nombre de la revista le viene bien. “Destiempo” se llama, ¿no?


- Que no, Manolo, que esto no puede ser así. Algo hay. Cuando tengas las revistas iremos a que alguien nos diga lo que pueden costar, ¿vale? –le tomé del brazo, para reafirmar mi frase-. ¿Me lo prometes?


- A ver… –contestó, con rostro de circunstancias, tomando otro sorbo de café y moviendo los hombros hacia arriba-. Así saldremos de dudas…


 


No volví a ver a Manolo después de aquella mañana en que tomamos café, pero supongo que malvendería las revistas en cualquier librería de viejo en cuanto las tuvo en la mano. El dueño de la librería encontró un chollo, claro está.


En fin, la verdad es que esa mañana no vi a Manolo demasiado entusiasmado con el legado.





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