Va uno por la vida haciendo camino al andar, como nos recomendara el
Maestro Machado (a esto le poníamos música gracias al "Noi del
Poble-Sec", al gran Serrat) y como recomienda la más elemental lógica (no
siempre tan elemental).
Y en el camino encuentras de todo, porque de todo hay por esos mundos de Dios. Considero una fortuna inmensa tratar, en mi camino, con creadores, pues para alguien que sobrevive explicando el contrato de compraventa esto es un regalo maravilloso del destino. Algo inesperado, además: ¿acaso no entraba en el guión dedicar mi tiempo a temas jurídicos? Esto de la creación es un regalo maravilloso.
Grandes creadores con los que a veces me encuentro y comparto buenos momentos (no citaré nombres, para no generar suspicacias, pero estoy seguro de que cada uno de los que tengo en mente sabe que me refiero a él: se nota lo a gusto que me siento a su lado). Grandes creadores que, además, suelen ser personas de trato amable y cómplice: el regalo del destino es completo.
Sin embargo, de vez en cuando, como el camino es largo y heterogéneo, también te topas (en el mundo creativo, en el mundo laboral, en el mundo, a secas) con gentes engoladas a las que intento tratar lo justo (cada día se me nota más, cuando estoy incómodo: será que me hago viejo o lúcido). ¿Mala gente que camina?
Y en tales casos me acuerdo de aquel poema inolvidable del inolvidable Cernuda que, aunque dirigido hacia otros derroteros (por cierto, con homenaje a la rima LXVI de Bécquer incluido), yo reinterpreto a mi manera. Y, cuando me resulta cargante una conversación con algún engolado personaje, sea del mundo que sea (todos los mundos el mundo), siempre hay un momento en que desconecto y pienso: "merecen acabar, él y ese gran curriculum que se encarga de recordar a cada segundo, donde habite el olvido". Y sonrío, porque a veces logro arrancarme a mí mismo una sonrisa. Una sonrisa algo triste o lúcida. Como son las sonrisas más metafísicas.
Y en el camino encuentras de todo, porque de todo hay por esos mundos de Dios. Considero una fortuna inmensa tratar, en mi camino, con creadores, pues para alguien que sobrevive explicando el contrato de compraventa esto es un regalo maravilloso del destino. Algo inesperado, además: ¿acaso no entraba en el guión dedicar mi tiempo a temas jurídicos? Esto de la creación es un regalo maravilloso.
Grandes creadores con los que a veces me encuentro y comparto buenos momentos (no citaré nombres, para no generar suspicacias, pero estoy seguro de que cada uno de los que tengo en mente sabe que me refiero a él: se nota lo a gusto que me siento a su lado). Grandes creadores que, además, suelen ser personas de trato amable y cómplice: el regalo del destino es completo.
Sin embargo, de vez en cuando, como el camino es largo y heterogéneo, también te topas (en el mundo creativo, en el mundo laboral, en el mundo, a secas) con gentes engoladas a las que intento tratar lo justo (cada día se me nota más, cuando estoy incómodo: será que me hago viejo o lúcido). ¿Mala gente que camina?
Y en tales casos me acuerdo de aquel poema inolvidable del inolvidable Cernuda que, aunque dirigido hacia otros derroteros (por cierto, con homenaje a la rima LXVI de Bécquer incluido), yo reinterpreto a mi manera. Y, cuando me resulta cargante una conversación con algún engolado personaje, sea del mundo que sea (todos los mundos el mundo), siempre hay un momento en que desconecto y pienso: "merecen acabar, él y ese gran curriculum que se encarga de recordar a cada segundo, donde habite el olvido". Y sonrío, porque a veces logro arrancarme a mí mismo una sonrisa. Una sonrisa algo triste o lúcida. Como son las sonrisas más metafísicas.
Donde habite el olvido
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
Y si el cuerpo me pilla folklórico tiro del Maestro Sabina, y de esa canción que, dirigida hacia otras geografías, también tiene tono cernudiano.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=XH8sYak28FI