domingo, 6 de marzo de 2016

POR FIN, LOS DIARIOS DE HILARIO BARRERO

Haber estudiado Derecho imprime carácter, seguramente. No quería adentrarme en los Diarios (2012-2013) de Hilario Barrero hasta convertir en nada dos montañas de libros que siguieron siendo montículos y terminaron, efectivamente, en nada, que es en lo que termina casi todo en la vida. "Prior tempore potior iure", decimos los de mi tribu (jurídica): primero en el tiempo, preferido en el Derecho, más o menos (tengo al traductor de Latín con día de asuntos propios, pero me manejo con el "latinorum", que decía alguien).
Pero, por fin, los Diarios de Hilario Barrero. Por fin. Y, era previsible: el goce es elevadísimo.
Soy de la opinión de que todos nos marcamos en cualquier faceta de la vida, también escribiendo (por eso, hay personas a las que prefiero no leer con demasiada profundidad o atención, pues ya sé lo que suele venir: fanatismo, enrevesamiento, engreimiento, o un modo de ser y de estar que me incomoda o aburre). La impresión que tuve al conocer a Hilario es la de un compañero de viaje culto y sosegado, con opiniones propias y firmes, pero que va por la vida como sin hacer ostentación folklórica de ellas, sabedor de lo pequeños que somos en este planeta mal llamado mundo (y eso que Hilario tiene una gran estatura creativa). Un lujo de compañero de viaje.
No comulga con ruedas de molino, pero tampoco va volando molinos por las esquinas. Se nota que salió de este país hace muchos años, y no posee ese asilvestramiento y ese vuelo gallináceo tan autóctono, incluso en los mejores o más destacados, en esta triste piel de toro triste.
Además, estamos ante un gran poeta, y eso irradia en todos sus textos: como sucedía a Vázquez Montalbán, se notaba que la columna, el ensayo, el artículo, la entrevista o lo que fuera estaba escrito por un poeta. Aquí también: estamos ante un poeta que escribe un Diario. Un sugerente Diario.
Paseamos por Manhattan, a veces por esta tierra española, también (Málaga está muy presente: mis queridos Antonio A. Gómez Yebra y Belén Zayas, María Victoria Atencia, Bernabé...), conocemos vecinas extrañas, restaurantes a deshoras, orquestas y espectáculos culturales de todo tipo, políticos norteamericanos, alumnos extrañados, colegas más o menos trepadores (o no), parques bellísimos, ausencias, helicópteros que pueden traer un órgano para un trasplante por orden de Dios, etc. Disfruta uno con este lúcido amigo que, sin aspavientos, nos regala armonía estética y testimonio.
Hoy me divertía bastante con la parte en que describe la elección de un decano en su centro de trabajo, porque comprobaba que en todas partes se cuecen habas (aunque hay sitios en los que sólo se cuecen habas, también es cierto). Y, sin ser ni Mosca, ni Pareto ni Michels, juntos o por separado, cerré el libro y empecé a divagar sobre las élites que mandan en todas partes: cómo se seleccionan y cómo hay gente que nace con la cruz en la frente y otros que caminarán sobre alfombra roja durante toda la vida. Porque el mundo es así, y hay quien sabe culebrear y flotar, como los corchos, en todas las aguas.
En fin, que como uno es agradecido, quiero dar a HIlario las GRACIAS, por tanta armonía, tanta belleza y tanta excusa para meditar sobre la condición humana. Me siento muy bien tratado como lector.
Qué alegría: acabo de empezar la lectura, así que seguiré por Manhattan, con este buen amigo, durante un buen trayecto.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario