BRAINSTORM SOBRE “EL OTRO”
Antonio J. Quesada
Siempre que
se me pide que hable o escriba sobre Borges, de entrada, me embarga una intensa
emoción: es un placer casi religioso dedicar tiempo a lo que se venera. Inmediatamente
esa felicidad se transforma en inquietud, pues uno teme no estar a la altura, mas
algo después intento ser consciente de que es más que posible que no tenga nada
verdaderamente novedoso que aportar, pero que podemos disfrutar con el Maestro.
Intento ser posibilista. Es lo que me planteo siempre que me acerco a Borges
desde mi pequeñez: diseñar una rayita en la superficie del océano y gozar con
ella. Me divierte pensar que puedo parecer una especie de Pierre Menard pasado
por el pellejo de Vittorio de Sica.
Posiblemente
“El otro” es el relato que con más pasión releo del Maestro. “El otro” abre “El
libro de arena”, publicado en 1975 y que, para Borges, era su mejor trabajo
(aunque los críticos literarios, que saben todo de uno mejor que uno mismo,
aseguran que no, que mejor mirar hacia atrás). No sé: lo que sí sé es que leo
estos relatos con devoción (“Ulrica”, “El congreso”, “La noche de los dones”,
“El espejo y la máscara”, “El disco”, “El libro de arena”…), y “El otro” me
tiene especialmente seducido.
Sobre “El
otro” se pueden comentar bastantes cuestiones, sugerentes todas: por ejemplo,
es filosóficamente divertido dar la razón a Heráclito de Éfeso enmendándole, ya
que no sólo no te bañas dos veces en el mismo río, sino que ni siquiera el río luce
exactamente el mismo nombre (Rio Charles-Rio Ródano). Ese río que une y separa
a la vez: todo evoluciona en la vida, y mirar las fotografías de ese viejo
álbum en el que eres otro desconocido más puede causar estupor.
Por otra
parte, es apasionante reflexionar sobre la figura del doble, y observar cómo
revolotea por el cuento Dostoievski (¡ay,
especialmente “El doble”!), pero también Whitman, Joseph Conrad, Rubén Darío,
Verlaine o Coleridge, entre otros. Interesante resulta apreciar cómo en la vida
se evoluciona, y cómo ese anciano que ahora eres mira al joven idealista y, a
ratos, arrogante que fuiste con una mezcla de paciencia y actitud pedagógica
(quizás para evitar lanzarle al río, que es lo que apetece).
Es un relato, “El otro” que genera un estado de incertidumbre que no se
diluye ni una vez terminado, un poco como hacía aquel gato de Cheshire que
diseñara Lewis Carroll en su inmortal “Alicia”. A lo mejor el relato nos alerta
contra lo perjudicial de ser un Funes excesivamente memorioso: ¿es saludable
tener presente a ese extraño que fuimos en el pasado, y que ya casi no
reconocemos, o es preferible seguir caminando sin mirar atrás, no vaya a ser
que nos transformemos en sal? ¿Soñamos alguna vez, en el pasado, con ser esto en
que nos hemos convertido? Por cierto, ¿acaso en el pasado fuimos uno solo, y no
más de uno? “Mi deber
era conseguir que los interlocutores fueran lo bastante distintos para ser dos
y lo bastante parecidos para ser uno”, confiesa Borges en el Epílogo del libro.
Aterra pensarlo, aunque lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deje de ser
aterrador. Además, si no cabe el engaño, el diálogo es más complejo: en el
propio relato se explicita esta gran verdad. El ritmo de la lluvia de ideas
sugerentes es frenético.
La madurez,
además, concede derechos: te aporta la desinhibición para no sentirte hermano
de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros o de todos
los buzos, para asegurar que América está trabada por la superstición de la
democracia y no se resuelve a ser un Imperio, o para saber que cada día que
pasa el país natal, sea el que sea, es más provinciano y más engreído, como si
cerrara los ojos (al fin y al cabo, la nacionalidad es un acto de fe; la más
digna que conozco es la de “borrachín” que ostentaba Rick en “Casablanca”).
Y creo que
ya no tenía que comentar nada más, pues parafraseando un pasaje del relato, mi
memoria suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.
Como escribí en algún arrinconado poema, mientras quede algo de Borges por leer
merecerá la pena aplazar el suicidio.
Querido Antonio, bastante buena las reflexiones sobre el maestro y "el otro", llevo ya cuatro noches con Borges de las siete que grabadas en el Teatro de Buenos Aires allá a finales de los setenta: "La Divina comedia", "¿Qué es la poesía?, "las pesadillas" y "La ceguera" y aún tengo reservadas tres entradas para oír el resto en youtube. Toda una experiencia. Muy aconsejable.
ResponderEliminarComo colofón, aporto un granito de arena sobre la memoria:
Cuando todo lo escrito
no sean más que huellas del olvido
y no halles en tus recuerdos
nada útil
será el momento de volver
a nacer,
el renacer
de los sueños perdidos.
Espero te guste, un abrazo amigo Antonio en el día de las madres a las que le debemos la vida.
Buenas compañías tenemos, amigo Víctor y... qué excelente colofón. Así da gusto hacer camino, con magníficos compañeros de viaje. Abrazos muy fuertes, querido amigo,
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