Volver
a empezar, después de tantos años.
¿Será
eso posible? Después de tanta ilusión más o menos desperdiciada por tantos
sitios y con tan heterogéneas personas. Después de que el torrente de la vida
nos llevara por donde quiso, con nuestra inestimable colaboración, apasionada o
resignada, según la hora y el lugar. Después de tanto combatir, después de
tanto desencanto, ¿será realmente posible eso de volver a empezar?
No
termina uno de saber si es que no estuvo a la altura de las circunstancias, o
bien fueron las circunstancias las que no estuvieron a la altura de nuestras
expectativas. Quién sabe. A lo mejor, la clave puede estar en que la Historia
no era como habíamos merecido, según apuntara alguien por alguna parte. No
termina uno de saber ni sobre esto ni sobre casi ninguna cuestión, pues la madurez
hace tambalear incluso nuestras convicciones más arraigadas.
Lo
que no es cuestionable, aunque no queramos admitirlo (pues es difícil de asumir)
es nuestra profunda, indubitada y crónica soledad en la vida. Nos engañamos a
nosotros mismos con amores, amistades, parentescos, paraísos artificiales creativos
o alcohólicos y demás mentiras más o menos benignas, pero que no quepa duda al
respecto: somos y estamos solos. Posiblemente nos engañamos porque no podemos
hacer otra cosa: no estamos dispuestos a asumir la crueldad que provoca tanta
soledad. Es algo parecido a lo que hacen casi todas las religiones, cuando disfrazan
de esperanza a la muerte: porque mirar a los ojos a la muerte no es tarea para la
que cualquiera esté capacitado.
Disfrazamos
la soledad de no sé qué pero lo único que nos queda, en el fondo, es la
memoria. Esa sí es nuestra acompañante perenne e incondicional. Posiblemente
podamos vivir la ficción de volver a empezar, de recuperar el tiempo perdido,
si ejercitamos la memoria. El resto es falso. Nos guste o no. Nos atrevamos a
confesarlo o no.
Después de tantos años, volver
a empezar.
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