"(...) Me siento incapaz de escribir una
línea más. Incapaz de un nuevo verso. Incapaz de un nuevo artículo. Incapaz de
un nuevo capítulo de la novela de turno. Incapaz hasta de leer algo serio, y me
tengo que conformar con mirar las fotografías de los libros que saco de
biblioteca (son demasiado caros para comprarlos yo). Ahora miro y remiro uno de
Kafka, que en este momento es la persona menos indicada para levantarme el
ánimo, como pueden imaginar. Que Dios, que no existe, me ayude.
En esos momentos sólo me apetece
mirarme el ombligo del alma y meditar vagamente: si mi misión aquí es escribir
(¿misión? ¡Uy, uy!, en el fondo soy un cristiano inverso con destellos de
jesuitismo), y no soy capaz de escribir, ¿qué pinto en todo este tinglado que
llaman vida? Es terrible: llegar a la conclusión de que uno es perfectamente
prescindible para el resto del mundo es algo duro de asimilar".
(Antonio J. Quesada. Extraído del relato "Crisis", publicado por alguna parte)
¿Terrible? Para nada, estimado yo del pasado: estamos ante la soportable levedad de lo prescindible.
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