Cántico
Es verdad tu hermosura.
Es verdad. ¡Cómo entra
la luz al corazón! ¡Cómo aspira tu aroma
de
tierra en primavera el alma que te encuentra!
Es verdad. Tu piel
tiene penumbra de paloma.
Tus ojos tienen toda la
dulzura que existe.
Como un ave remota sobre el mar tu alma vuela.
Es más verdad lo diáfano desde que tú naciste.
Es verdad. Tu pie
tiene costumbre de gacela.
Es verdad que la tierra
es hermosa y que canta
el ruiseñor. La noche es más alta en tu
frente.
Tu voz es la encendida mudez de tu garganta.
Tu palabra es
tan honda, que apenas si se siente.
Es verdad el milagro.
Todo cuanto ha nacido
descifra en tu hermosura su nombre verdadero.
Tu cansancio es espíritu, y un proyecto de olvido
silencioso y
viviente como todo sendero.
Tu amor une mis días y
mis noches de abeja.
Hace de mi esperanza un clavel gota a gota.
Desvela mis pisadas y en mi sueño se aleja,
mientras la tierra
humilde de mi destino brota.
¡Gracias os doy, Dios
mío, por el amor que llena
mi soledad de pájaros como una selva mía!
Gracias porque mi vida se siente como ajena,
porque es una promesa
continua mi alegría,
porque es de trigo
alegre su cabello en mi mano,
porque igual que la orilla de un lago
es su hermosura,
porque es como la escarcha del campo castellano
el verde recién hecho de su mirada pura.
No sé la tierra fija de
mi ser. no sé dónde
empieza este sonido del alma y de la brisa,
que en mi pecho golpea, y en mi pecho responde,
como el agua en la
piedra, como el niño en la risa.
No sé si estoy ya
muerto. No lo sé. No sé, cuando
te miro, si es la noche lo que miro
sin verte.
No sé si es el silencio del corazón temblando
o si
escucho la música íntima de la muerte.
Pero es verdad el
tiempo que transcurre conmigo.
Es verdad que los ojos empapan el
recuerdo
para siempre al mirarte, ¡para siempre contigo,
en la
muerte que alcanzo y en la vida que pierdo!
La esperanza es la sola verdad que el hombre inventa.
Y es verdad
la esperanza, y es su límite anhelo
de juventud eterna, que aquí se
transparenta
igual que la ceniza de una sombra en el suelo.
Tú eres como una isla
desconocida y triste,
mecida por las aguas, que suenan, noche y día,
más lejos y más dulce de todo lo que existe,
en un rincón del alma
con nombre de bahía.
Lo más mío que tengo
eres tú. Tu palabra
va haciendo débilmente mi soledad más pura.
¡Haz que la tierra antigua del corazón se abra
y que sientan cerca la
muerte y la hermosura!
Haz de mi voluntad un
vínculo creciente.
Haz melliza del niño la pureza del hombre.
haz
la mano que tocas de nieve adolescente
y de espuma mis huesos al
pronunciar tu nombre.
El tiempo ya no existe.
Sólo el alma respira.
Sólo la muerte tiene presencia y sacramento.
Desnudo y retirado, mi corazón te mira.
Es verdad. Tu hermosura me
borra el pensamiento.
Tengo aquí mi ventura.
Tengo la muerte sola.
Tengo en paz mi alegría y mi dolor en calma.
A través de mi pecho de varón que se inmola
van corriendo las frescas
acequias de tu alma.
La presencia de Dios
eres tú. Mi agonía
empieza poco a poco como la sed. ¡Tú eres
la
palabra que el Ángel declaraba a María,
anunciando a la muerte la
unidad de los seres!
(Leopoldo Panero, poema publicado en 1941 y después integrado en "Escrito a cada instante"
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