SOBRE “CENIZAS
AL VIENTO”, DE JAVIER DE LA ROSA
Antonio J. Quesada
El 22 de agosto de 2019 es una fecha que será siempre
recordada como el día en que fue enterrado, en el cementerio de Astorga, el
Poeta Leopoldo María Panero. Por la tarde, tras los oficios, se tributó un sentido
homenaje a Leopoldo María en la Casa Panero (inmejorable ubicación), en el que el
poeta Javier de la Rosa presentó su sugerente trabajo poético “Cenizas al viento”.
Bello recuerdo que ha dedicado a la memoria de Leopoldo María, publicado recientemente
por Huerga y Fierro Editores (2019). La espectacular representación que llevó a
cabo Javier en Casa Panero, vertebrada formalmente en torno al Kamishibai
japonés, con textos del libro y bellos dibujos del propio Javier, no tiene que
impedirnos el disfrute del libro como tal, como debe hacerse con todo buen
texto poético: en la más estricta intimidad entre lector y poeta.
Por eso, con independencia de dicho
acto admirablemente creativo pero puntual, parece oportuno leer con atención y
gozar de este libro, delicadamente ilustrado por el propio Javier, que
demuestra de nuevo su condición de creador poliédrico. En el libro, el autor se
introduce en el castigado cuerpo del propio Leopoldo María para, desde la
otredad pero en perfecta simbiosis, lanzar sus textos poéticos como botellas al
mar o como gritos que saltaran los muros de un sanatorio, que a lo mejor no
otra cosa es lo que hacía Leopoldo María, el genio recluido, en sus publicaciones.
Quien esté familiarizado con la biografía
de Leopoldo María y de los diversos miembros de la familia Panero, así como con
las peripecias vividas por Leopoldo María incluso después de su muerte, sabrá degustar
con especial complicidad los guiños que nos propone Javier-Leopoldo María en
estas bellas páginas. Pero no es imprescindible este bagaje para gozar con la
lectura, claro está: cualquier lector sensible podrá disfrutar con la exquisita
palabra de Javier en este bello juego de espejos que nos propone. Y así como
Pier Paolo Pasolini rindió homenaje, en su día, a las cenizas de Gramsci,
Javier hace lo propio con las cenizas de Leopoldo María, que en estos textos hablará
por su boca. Cenizas que fueron, en su día, reconocidas como Hijo Adoptivo de
una bella ciudad canaria, inquietante metáfora que le regaló la vida cuando ya
no había vida.
Las instituciones canónicas (autoridades
judiciales e instituciones sanitarias), los Poderes establecidos, aparecen en
el libro como enemigas del Poeta, en excelente reflejo de lo que este vivió en
sus carnes, y en perfecta metáfora de lo que suele vivir un Poeta, cuando lo es
de verdad: es alguien que choca con el orden establecido y con el contexto.
¡Ay, el contexto! El contexto oprime
de modo horrible, como nos enseñara Leonardo Sciascia. Jueces y doctores parecen
confabularse para poner trabas al libre desarrollo de la personalidad de Leopoldo
María, que debe quejarse por ello como mejor sabe hacer: con sus textos
poéticos. Esos gritos armónicos vertebran “Cenizas al viento”. Entre los
travestidos con togas negras y los travestidos con batas blancas se encargaron
de dificultar al Poeta el ritmo de la vida, que no se detiene ni después de la
muerte: el lugar de Leopoldo María, se ponga la gente como se ponga, está en
Astorga, con su familia (y con el Teleno y la Muralla Maragata como aliados: su
casa, como lo fue Ibiza, 35). Pero no le dejaban tranquilo ni después de muerto,
quizás porque estos funcionarios de colores extremos desconocen que un Poeta lo
puede todo, y que a nuestra querida Astorga, como si fuera San Andrés de
Teixido, si hace falta volverá Leopoldo María de muerto, si no le es posible
hacerlo de vivo. Pero que nadie lo dude, ni los coloridos funcionarios: Leopoldo
María llegará.
Coqueteemos con el contenido del
libro: lo merece. Sí, el texto está en lo cierto: amamos a Leopoldo María a
pesar de su figura, como se apunta en algún momento (¿acaso no es una lisiada
la Venus del Louvre, pero está redimida por su energía? ¿Por qué no iba a
suceder eso con Leopoldo María, que era pura energía?). Le amamos de arriba
abajo, incluso a sus cenizas.
Las cenizas del Poeta. Dan título al
libro, pero… ¿dónde están? Deberían estar en Astorga, con su familia, es
conforme a natura, pero andaban retenidas muy lejos, por los citados funcionarios
de colores. Las cenizas de un gran Poeta (un Poeta: es decir, una Isla) estaban
en un sanatorio (otra Isla) sito en una isla (otra Isla). Cenizas isleñas por
partida triple: hace bien Javier en dedicarles esa atención, pues son unas
cenizas excesivamente metafísicas, agobiadas por “la maldita circunstancia del
agua por todas partes”. En fin, una locura.
¿Una locura, digo? Y… ¿qué es la
locura? No se sabe pero, sea lo que sea, influye en la vida de los que caen en
sus redes. O, mejor dicho, en las redes de la burocracia pública que la
gestiona: podríamos desear a los gestores, a los funcionarios de colores, que
probaran su propia medicina. Lo desea Javier-Leopoldo María, sabedor de que hay
que ponerse los zapatos de otro para saber cómo camina. La locura, esa
metáfora. La familia ha sufrido esta locura desde antiguo, apunta este Leopoldo
María más real que el real Leopoldo María, pues ya se deslizaba genéticamente
por las venas de los Blanc. Y qué solos se quedan los locos, como bien sabemos
por nuestro Poeta: “mis hermanos (…) huyeron de mí”. Leopoldo María como
problema, podríamos apuntar, como si fuésemos un miembro de la Generación del
98 de andar por casa. Pobre Leopoldo María: apuntaba Michi en “El desencanto”
que Leopoldo María era un personaje incómodo.
¿Incómodo? Sí y no. La familia siempre
estuvo allí, Javier-Leopoldo María nos lo certifica, como un auténtico Notario
de cariños: Felicidad, esa bella señora que contaba cuentos de Madrid, siempre anduvo
detrás de su hijo; Leopoldo padre, que intuyó al “tierno dolor pensante”,
también fue partícipe de tanta felicidad infantil de Leopoldo María; Charo y
Marisa, Marisa y Charo, gemelas maravillosas y cómplices allá donde estuvieran;
las tías; las damas de Astorga... Astorga-Castrillo y Castrillo-Astorga, en un “tanto
monta cortar como desatar” maragato. Incluso hay un espacio, en el libro, para referirse
al plagio, bendita cordura la de Leopoldo María: se le plagia, se le acercan
personajes para gozar de su minutito de gloria junto al Genio, ya sea en
prensa, en televisión o en la portada de algún libro publicado por alguna gran
editorial. De alguna manera, se le maltrata. “Soy sólo un poeta”, asegura. ¿Sólo
un poeta? Un Poeta: ni más ni menos, ni menos ni más. Cuidado con los Poetas:
un Poeta es un arma cargada de futuro. Alguien que es capaz de sustraer el
fuego sagrado de la Armonía a los dioses y ponerlo en nuestras manos, en manos
de los hombres, simples mortales. Y hacernos partícipes de que es el contorno
del abismo, eso que asoma.
Javier-Leopoldo María se acerca en
este libro al contorno del abismo, quizás porque los creadores de raza no hacen
otra cosa. Los creadores de raza no saben hacer otra cosa. Y este Leopoldo
María bicéfalo lo es.
En definitiva, Javier de la Rosa,
con “Cenizas al viento”, nos ha regalado un libro fundamental para juguetear creativamente
en compañía de Leopoldo María Panero. Una obra que nos permite descubrir un
nuevo meandro creativo de ese gran poeta que es Javier de la Rosa y que nos
incita a leerlo, para disfrutar del ser y del estar de Javier, de Leopoldo
María o, lo que es más interesante, de ambos.
“Cenizas al viento”: un libro
imprescindible que hay que leer.
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