sábado, 31 de agosto de 2019

REFLEXIONES SOBRE "CENIZAS AL VIENTO", DE JAVIER DE LA ROSA



SOBRE “CENIZAS AL VIENTO”, DE JAVIER DE LA ROSA

Antonio J. Quesada

El 22 de agosto de 2019 es una fecha que será siempre recordada como el día en que fue enterrado, en el cementerio de Astorga, el Poeta Leopoldo María Panero. Por la tarde, tras los oficios, se tributó un sentido homenaje a Leopoldo María en la Casa Panero (inmejorable ubicación), en el que el poeta Javier de la Rosa presentó su sugerente trabajo poético “Cenizas al viento”. Bello recuerdo que ha dedicado a la memoria de Leopoldo María, publicado recientemente por Huerga y Fierro Editores (2019). La espectacular representación que llevó a cabo Javier en Casa Panero, vertebrada formalmente en torno al Kamishibai japonés, con textos del libro y bellos dibujos del propio Javier, no tiene que impedirnos el disfrute del libro como tal, como debe hacerse con todo buen texto poético: en la más estricta intimidad entre lector y poeta.
Por eso, con independencia de dicho acto admirablemente creativo pero puntual, parece oportuno leer con atención y gozar de este libro, delicadamente ilustrado por el propio Javier, que demuestra de nuevo su condición de creador poliédrico. En el libro, el autor se introduce en el castigado cuerpo del propio Leopoldo María para, desde la otredad pero en perfecta simbiosis, lanzar sus textos poéticos como botellas al mar o como gritos que saltaran los muros de un sanatorio, que a lo mejor no otra cosa es lo que hacía Leopoldo María, el genio recluido, en sus publicaciones.
Quien esté familiarizado con la biografía de Leopoldo María y de los diversos miembros de la familia Panero, así como con las peripecias vividas por Leopoldo María incluso después de su muerte, sabrá degustar con especial complicidad los guiños que nos propone Javier-Leopoldo María en estas bellas páginas. Pero no es imprescindible este bagaje para gozar con la lectura, claro está: cualquier lector sensible podrá disfrutar con la exquisita palabra de Javier en este bello juego de espejos que nos propone. Y así como Pier Paolo Pasolini rindió homenaje, en su día, a las cenizas de Gramsci, Javier hace lo propio con las cenizas de Leopoldo María, que en estos textos hablará por su boca. Cenizas que fueron, en su día, reconocidas como Hijo Adoptivo de una bella ciudad canaria, inquietante metáfora que le regaló la vida cuando ya no había vida.
Las instituciones canónicas (autoridades judiciales e instituciones sanitarias), los Poderes establecidos, aparecen en el libro como enemigas del Poeta, en excelente reflejo de lo que este vivió en sus carnes, y en perfecta metáfora de lo que suele vivir un Poeta, cuando lo es de verdad: es alguien que choca con el orden establecido y con el contexto.
¡Ay, el contexto! El contexto oprime de modo horrible, como nos enseñara Leonardo Sciascia. Jueces y doctores parecen confabularse para poner trabas al libre desarrollo de la personalidad de Leopoldo María, que debe quejarse por ello como mejor sabe hacer: con sus textos poéticos. Esos gritos armónicos vertebran “Cenizas al viento”. Entre los travestidos con togas negras y los travestidos con batas blancas se encargaron de dificultar al Poeta el ritmo de la vida, que no se detiene ni después de la muerte: el lugar de Leopoldo María, se ponga la gente como se ponga, está en Astorga, con su familia (y con el Teleno y la Muralla Maragata como aliados: su casa, como lo fue Ibiza, 35). Pero no le dejaban tranquilo ni después de muerto, quizás porque estos funcionarios de colores extremos desconocen que un Poeta lo puede todo, y que a nuestra querida Astorga, como si fuera San Andrés de Teixido, si hace falta volverá Leopoldo María de muerto, si no le es posible hacerlo de vivo. Pero que nadie lo dude, ni los coloridos funcionarios: Leopoldo María llegará.
Coqueteemos con el contenido del libro: lo merece. Sí, el texto está en lo cierto: amamos a Leopoldo María a pesar de su figura, como se apunta en algún momento (¿acaso no es una lisiada la Venus del Louvre, pero está redimida por su energía? ¿Por qué no iba a suceder eso con Leopoldo María, que era pura energía?). Le amamos de arriba abajo, incluso a sus cenizas.
Las cenizas del Poeta. Dan título al libro, pero… ¿dónde están? Deberían estar en Astorga, con su familia, es conforme a natura, pero andaban retenidas muy lejos, por los citados funcionarios de colores. Las cenizas de un gran Poeta (un Poeta: es decir, una Isla) estaban en un sanatorio (otra Isla) sito en una isla (otra Isla). Cenizas isleñas por partida triple: hace bien Javier en dedicarles esa atención, pues son unas cenizas excesivamente metafísicas, agobiadas por “la maldita circunstancia del agua por todas partes”. En fin, una locura.
¿Una locura, digo? Y… ¿qué es la locura? No se sabe pero, sea lo que sea, influye en la vida de los que caen en sus redes. O, mejor dicho, en las redes de la burocracia pública que la gestiona: podríamos desear a los gestores, a los funcionarios de colores, que probaran su propia medicina. Lo desea Javier-Leopoldo María, sabedor de que hay que ponerse los zapatos de otro para saber cómo camina. La locura, esa metáfora. La familia ha sufrido esta locura desde antiguo, apunta este Leopoldo María más real que el real Leopoldo María, pues ya se deslizaba genéticamente por las venas de los Blanc. Y qué solos se quedan los locos, como bien sabemos por nuestro Poeta: “mis hermanos (…) huyeron de mí”. Leopoldo María como problema, podríamos apuntar, como si fuésemos un miembro de la Generación del 98 de andar por casa. Pobre Leopoldo María: apuntaba Michi en “El desencanto” que Leopoldo María era un personaje incómodo.
¿Incómodo? Sí y no. La familia siempre estuvo allí, Javier-Leopoldo María nos lo certifica, como un auténtico Notario de cariños: Felicidad, esa bella señora que contaba cuentos de Madrid, siempre anduvo detrás de su hijo; Leopoldo padre, que intuyó al “tierno dolor pensante”, también fue partícipe de tanta felicidad infantil de Leopoldo María; Charo y Marisa, Marisa y Charo, gemelas maravillosas y cómplices allá donde estuvieran; las tías; las damas de Astorga... Astorga-Castrillo y Castrillo-Astorga, en un “tanto monta cortar como desatar” maragato. Incluso hay un espacio, en el libro, para referirse al plagio, bendita cordura la de Leopoldo María: se le plagia, se le acercan personajes para gozar de su minutito de gloria junto al Genio, ya sea en prensa, en televisión o en la portada de algún libro publicado por alguna gran editorial. De alguna manera, se le maltrata. “Soy sólo un poeta”, asegura. ¿Sólo un poeta? Un Poeta: ni más ni menos, ni menos ni más. Cuidado con los Poetas: un Poeta es un arma cargada de futuro. Alguien que es capaz de sustraer el fuego sagrado de la Armonía a los dioses y ponerlo en nuestras manos, en manos de los hombres, simples mortales. Y hacernos partícipes de que es el contorno del abismo, eso que asoma.
Javier-Leopoldo María se acerca en este libro al contorno del abismo, quizás porque los creadores de raza no hacen otra cosa. Los creadores de raza no saben hacer otra cosa. Y este Leopoldo María bicéfalo lo es.
En definitiva, Javier de la Rosa, con “Cenizas al viento”, nos ha regalado un libro fundamental para juguetear creativamente en compañía de Leopoldo María Panero. Una obra que nos permite descubrir un nuevo meandro creativo de ese gran poeta que es Javier de la Rosa y que nos incita a leerlo, para disfrutar del ser y del estar de Javier, de Leopoldo María o, lo que es más interesante, de ambos.
“Cenizas al viento”: un libro imprescindible que hay que leer.

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