Si algo tengo claro es que soy perfectamente prescindible en la mayoría de los sitios en los que estoy (posiblemente una buena proporción de la gente que trato daría fe de ello). Mi auténtica vocación sería vivir en Roma, pasear por París o enfrascarme en un buen libro o película sin cortapisas. Ahí sí soy imprescindible y soy yo, pero todo eso es una conquista generalmente compleja. Hay que hacer cara al día a día; a la vida, esa traidora que te acaba matando, y eso quita mucho tiempo para ser tú: mover papeles con la nariz en el trabajo, devolver golpes aquí y allá, prevenir futuros golpes por aquí y por allá, no sulfurarse demasiado...
Y llegará un día, seguramente, en que tomaré la mochila, echaré cuatro libros imprescindibles y me iré por donde alguna vez llegué. Y no pasará nada.
Más perdimos en Filipinas, y volvimos cantando.
Cuando yo me vaya
Yo ya me habré ido.
Pero
cuando yo me vaya
llegará otro
o
llegarán otros,
posiblemente mejor
o posiblemente mejores
que ocupará
u ocuparán
mi antiguo lugar.
Cuando yo no esté
seguirá siendo precioso
pasear bajo la lluvia.
Cuando yo me vaya
Beethoven seguirá siendo
el gran maestro sordo.
Cuando yo no esté
ningún cine guardará luto por mí,
el sol saldrá religiosamente cada mañana
y tú sonreirás a ese alguien
como antes me sonreías a mí.
Cuando yo me vaya
el reloj seguirá en marcha,
las estaciones se sucederán
como hasta ahora,
en las fiestas tú tomarás
una copa de menos,
como hacías conmigo,
y tu gata se paseará
por las camisas de él,
como durante tanto tiempo
hizo con las mías.
Cuando yo no esté
nadie llevará el alma
a media asta
por mí.
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