Alguna vez escribí un divertimento sobre la "chica de la curva", será que la echaba de menos. En el texto jugaba con temas que me resultaban especialmente gratos: la creación, el (des)interés por lo sobrenatural, las (más)caras, Sicilia e Italia... Se publicó en una fugaz revista que dirigí, "Pandémica o Zeleste".
Creo que el texto es entretenido, e incluso la Wikipedia (la Britannica de los tiempos que corren), se hace eco del mismo en su entrada sobre la autoestopista fantasma (http://es.wikipedia.org/wiki/Autoestopista_fantasma). Una wiki-posteridad a mi alcance, ¡qué bravo!
Abrazos.
LA AUTOESTOPISTA RUBIA CON MARCADO ACENTO
ITALIANO
Antonio J. Quesada
A quella siciliana carina che
parlava benissimo lo spagnolo
No recuerdo cuándo apareció con exactitud, pero lo que sí puedo asegurar es
que fue muy tarde y antes de llegar a X.
No se me olvidará nunca: volvía yo de una lectura en la ciudad y todavía iba
dándole vueltas a los engolados comentarios de aquel profesor jubilado de
Literatura (y poeta, según asegura él), ese soberbio pedante que siempre está
hablando desde su púlpito o desde su cátedra, que algo parecido vienen a ser. Otro
poeta bajo palabra de honor que ha estudiado a todos los poetas y es capaz de
decirlo todo sobre cada uno de ellos y sobre la poesía universal. Lo saben todo
sobre la poesía, menos escribirla.
Fue entonces cuando apareció ella. Rubia, muy bella y vestida de blanco,
hacía auto-stop.
- Lo que yo te diga, chico: si no me hubiese sucedido a mí, yo no me creo
nada de esto.
- Es que es muy fuerte, y como con todo eso de las apariciones hay tanto
trapicheo…
- Por eso te digo. Siempre lo mismo. ¿Por qué siempre se aparece la Virgen
al más sinvergüenza del lugar? ¿No te parece sospechoso eso? ¿Por qué nunca se
aparece la Virgen a un Registrador de la Propiedad, por ejemplo? ¿O a Manolo,
el dueño de este bar que hoy nos acoge, que es un alma cándida?
- Je, je, je, je, sí que es cierto, sí.
- Pero en fin, si esto de la italiana me sucedió a mí, debe ser que fue
cierto. Me lo tendré que tragar. Por coherencia, por lo menos: ¿no te
parece?
- Por lo que me cuenta, amigo, ya sé por dónde van a ir sus tiros, no me diga
más: otra vez la autoestopista rubia –el compañero de la mesa de al lado
sonríe, mientras sigue la conversación disimuladamente, como leyendo un papel.
- Ah, pero,… ¿es conocida?
- ¿Conocida? No se imagina. Incluso a los cretinos de la tele hemos tenido por
aquí dando por saco con la dichosa autoestopista rubia.
- Como si no hubiera más temas por resolver, ¿verdad? –se incorpora a la
conversación el funcionario de la mesa de al lado, intentando aportar
pretendida sensatez-.
- Pero por mí no se preocupe, que yo le tomo declaración, para eso estamos.
Eso sí, permítame un pequeño juego –comenta, algo burlón.
- Enciendo la grabadora y empezamos, ¿le parece?
- Perfecto, pero quiero que se amolde a la realidad en la publicación: no
malee luego lo que le digo, ¿de acuerdo?
- ¿Por quién me toma? Yo soy un profesional, y mi revista es una revista
seria… -comenta el periodista, con gesto de dignidad herida-. Sobre ocultismo,
pero seria. No como otras que circulan por ahí.
- Nunca dudé de su seriedad, querido amigo. Yo, ya, cada vez dudo de menos
cosas, a estas alturas de mi vida. Sólo se lo digo, como casi todo lo que digo
en la vida, por si acaso.
- Menuda chufla tenían en el cuartelillo… Antes de que yo abriera la boca ya
conocían la historia de la rubia al completo.
- ¡No me digas!
- Vamos, que estaba yo descubriendo la tortilla de patatas con la dichosa
autoestopista rubia… ¡Yo, que creía tener una historia novedosa entre manos!
- ¡Ay! ¡Una historia novedosa entre manos! ¡Cómo sois los literatos! ¡Ja,
ja, ja, ja!
- ¡Ay! ¡Cómo somos los literatos! Ya, pero… ¡cómo sois, también, los
críticos literarios! ¡Ja, ja, ja, ja!
Brindan nuevamente. Y ya iban unas cuantas veces.
- Iba usted por la carretera comarcal, camino de X. Justo antes de llegar al
cruce ve a una muchacha rubia, muy guapa, que hacía auto-stop.
- Va bien, agente –el otro agente sigue asistiendo, atento, a la heterodoxa
declaración-. Siga así.
- Entonces, por no se sabe qué razones, en las que no entraré (cada cual
tiene las suyas propias, y la intimidad es el último refugio que nos queda en
la vida), decide recogerla. Ella sube, da las buenas noches y agradece su
hospitalidad y gentileza.
- Efectivamente.
- Usted le pregunta que a dónde va, y ella dice que a X. Usted se ofrece
para llevarla y ella se lo agradece nuevamente.
- Así es.
- Ella es bellísima.
- Efectivamente.
- Y habla muy bien castellano, pero tiene un evidente acento de fuera.
- Sí, así es.
- Un acento como italiano.
- Como italiano, sí. Efectivamente: un acento como italiano.
- ¿Le interesa a usted el mundo de lo desconocido? Se lo pregunto porque en
su obra literaria tampoco aparecen excesivamente este tipo de cuestiones.
- No, reconozco que no me interesa demasiado. Hombre, uno ha leído su Poe,
su Cortázar, su Lovecraft, sus cositas, pero… reconozco que no me ha interesado
mucho, la verdad. Aunque es distinto cuando se vive este tipo de fenómenos,
claro. Entonces no puedes ignorarlos así como así.
- ¿Y nuestra revista, la lee?
- Me gusta mirarla. Aunque reconozco que no es mi tipo de lectura
predilecta, la leo bastante más de lo que pudiera usted imaginar –nobleza
obliga, piensa el entrevistado y, posiblemente, el entrevistador-. Sin embargo,
después de esta experiencia, creo que debo replantearme algunas conductas e
ideas. Tendré que visitar más su hemeroteca.
El periodista sonríe, como con expresión de triunfo. Esto, claro, no lo
recogerá la grabadora.
- Pues deja eso y coge al periodista. Lo que me faltaba a mí era, ahora,
meterme en estos jardines.
- Ya me imagino, con lo que tú has sido siempre con estas cosas… -bebe otro
sorbo de cerveza.
- Pues sí, imagínate, después de escribir aquello de "A la mierda con
el espíritu del crematorio", salir en una revista como esa. Pero no veas
el tirón que tienen estos tipos, a la de gente que llegan, ¿eh?
- Sí, la verdad es que ser un poeta metido en faenas paranormales te puede
venir bien para ser todavía más conocido.
- Me pesa decirlo, y más después de algunas de las cosas que he escrito,
pero por eso lo he hecho. Si hay gente que consume esa porquería, no es culpa
mía: les daré porquería, pero de cierta calidad, que huela mejor. Ya que la
vida es así, intentaré ser posibilista…
- … y sacar, también, tu tajada –le interrumpe.
- Je, je, je, je. Por qué no. A lo mejor en el próximo número de la revista
los temas-estrella son un templario negro que desde el Más Allá sodomiza a sus
jefes en Tierra Santa, los fantasmas de no sé qué caserón ruinoso de no sé qué
pueblo perdido de Castilla y León, que pasean cadenas, las psicofonías en el
cementerio de Dios sabe dónde y…
- … y el poeta que recogió a la autoestopista rubia con acento italiano
–interrumpe-. Ja, ja, ja, ja.
- Ja, ja, ja, ja. Efectivamente: el poeta que recogió a la autoestopista
rubia con acento italiano –reflexiona y matiza-. Te corrijo: con marcado
acento italiano. Suena mejor –mira hacia el infinito-. Anda, que lo que nos
toca hacer en la vida… Somos verdaderamente titiriteros del día a día, ¿no te
parece?
- Ella comienza a contarle que es originaria de Sicilia, aunque habla muy
bien español, porque lleva aquí varios años.
- Sí –sorprendido-. Efectivamente.
- Y aquí me falla un poco el guión, porque cada vez que hablo con alguien,
dependiendo de quién sea el protagonista, en este momento cambia el tema. Ésta
es la parte de libre creación. Sabiendo que usted es poeta o algo así, seguro
que habló algo de literatura con ella, ¿me equivoco?
- No: comenté alguna cosa de Sciascia, de Brancati, de Vittorini y, creo,
que incluso de Pirandello.
- Me lo temía. Previsible. Da igual: ella escucha el discurso de turno pero
no contesta, sigue a su rollo en todo momento. Después de su comentario, ella
seguro que le dijo algo así como que lo más interesante que tenían en Sicilia,
para ella, era la familiaridad entre vivos y muertos.
- ¡Coño! Perdón… ¿tiene el vídeo de mi conversación, acaso?
- Algo así. En fin… lo de siempre. Que si el muerto vivo que se aparece en
sueños y predice el número que saldrá en la lotería, que si al moribundo se le
informa de su condición, pues los vecinos le pedirán que salude a sus
familiares muertos (a ver qué recuerde…, sí: uno, incluso, pidió que le
escribieran los mensajes, "porque si no, me olvido"), que si las
personas iban a los nichos a echarse con naturalidad, para comprobar que
después de muertas estarían cómodas…
- Parece que usted hubiera estado allí, agente.
- No sabe la de veces que he estado allí. No lo sabe usted bien.
- ¿No encontró en ella ningún rasgo que le hiciera pensar que podía estar en
contacto con un ser procedente del Más Allá?
- Le confieso que no. Como le dije, leo su revista muy de tarde en tarde,
aunque no tan poco como usted piensa, pero nunca pude imaginarlo.
- Otros testimonios anteriores coinciden en que la autoestopista es rubia y
bellísima.
- Efectivamente, con unos rasgos muy dulces.
- Y viste de blanco.
- Sí, un vestido blanco vaporoso. Muy bello.
- ¿Andaba descalza?
- Pues no lo sé, fíjese: los pies no están entre las partes de la mujer que
suelo mirar. Quizás debiera hacerlo más.
- Para gustos hay colores…
- Y el marcado acento italiano.
- Eso sí, también.
- Sicilia. Dove le credenze e le superstizioni sono molte, me dijo la
susodicha.
- Parla Lei italiano?
- Un po’, ma non troppo. Ho letto in italiano buoni libri. Pero no sé
lo suficiente como para distinguir acentos del norte, del sur o de donde sean.
- Vaya, es usted una caja de sorpresas.
- Grazie, gentilissimo.
- Pero cuando yo ya aluciné en colores (¿no lo dicen así ahora los jóvenes?;
los jóvenes dirán, ya, cosas peores), es cuando me contó lo del dos de
noviembre.
- ¿El dos de noviembre? ¿Qué pasa el dos de noviembre?
- Según parece, existe una creencia siciliana según la cual los muertos
traían regalos a los niños cada dos de noviembre. Muñecos de azúcar y otras
cosas. Por eso, los niños escribían una carta a su querido muerto para el dos
de noviembre. Como si fueran los Reyes Magos, vaya.
- ¡Hay que joderse! –y bebe un trago de cerveza-. O sea, que mientras tú le
mirabas las piernas, ella repasó la historia sobrenatural de Sicilia.
- Más o menos. Hazte una idea de la escena.
- Oye, una duda… Y si la Iglesia católica es tan fuerte en Sicilia, ¿cómo
permitía todas esas prácticas?
- La Iglesia tiene dos mil años, por algo será. Las personas morirán, los
Estados morirán, pero la Iglesia siempre estará viva. Que no se te olvide
nunca. Como los corchos, flota en todas las aguas.
- Menos mal que nos queda la cerveza, para hacer más a gusto el camino
–comenta, mirando el botellín del que bebía directamente.
- Entonces se acercaron a la curva y ella dijo literalmente, a ver… -fija la
atención en el papel que lee desde el principio-: "Attenzione, que
en la próxima curva me maté".
- Sí. Entonces yo miré hacia ella y…
- … ella ya había desaparecido –interrumpe el policía-. Como evaporada.
- Efectivamente. Pese al cinturón de seguridad, pese a que la puerta estuvo
siempre cerrada y… -se ve interrumpido.
- … Y pese a todo. Ciao, bella!
- Más o menos…
- Pero qué previsible es la vida… -mira al otro agente, visiblemente
cansado.
- En su relato "Mi casa es mi castillo" presenta a unos personajes
que vienen del Más Allá y que tienen contacto con personas de carne y hueso.
Pero es algo extraño en sus escritos, ¿verdad?
- Sí, efectivamente. No es muy normal en mis textos, no.
- A partir de ahora, ¿lo será algo más?
- No lo sé, pero seguramente sí.
- ¿Piensa escribir algo sobre este asunto que ha vivido?
- No lo sé, pero teniendo en cuenta el lazo de cariño que está naciendo
entre su revista y yo, serán ustedes los primeros en enterarse.
- En serio… ¿tú te crees todo esto? ¿De verdad?
- Psssss. Para serte sincero, no me queda más remedio que creerlo, ¿no te
parece? –dirige su mirada hacia la barra-. ¡Manolo, dos más, por favor!
- Detuvo el vehículo justo antes de llegar a la curva (pasaremos por alto
este detalle, no se preocupe), salió de él, miró para todas partes, pero… ya
ella no estaba.
- Efectivamente.
- Una curva peligrosa, ¿verdad?
- No sabía yo hasta qué punto.
- Bien. Pues, entonces, listo. ¿Quiere leer su declaración?
- No hace falta, agente, me fío de usted. Tiene cara de buena persona.
- ¿Algún consejo final para nuestros lectores?
- Bueno, que el hecho de que yo no crea todavía en el Más Allá no quiere decir
que el Más Allá no exista. Y esto de la autoestopista rubia con marcado acento
italiano que he vivido me obligará a replantearme algunas cuestiones. Sin duda.
- Lo celebro.
Y apaga la grabadora.
No recuerdo cuándo apareció con exactitud, pero lo que sí puedo asegurar es
que fue muy tarde y antes de llegar a X.
No se me olvidará nunca: volvía yo de una lectura en la ciudad y todavía iba
dándole vueltas a los engolados comentarios de aquel profesor jubilado de
Literatura (y poeta, según asegura él), ese soberbio pedante que siempre está
hablando desde su púlpito o desde su cátedra, que algo parecido vienen a ser.
Otro poeta bajo palabra de honor que ha estudiado a todos los poetas y es capaz
de decirlo todo sobre cada uno de ellos y sobre la poesía universal. Lo saben
todo sobre la poesía, menos escribirla.
Fue entonces cuando apareció ella. Rubia, muy bella y vestida de blanco,
hacía auto-stop.
Poco después disfrutaría de su castellano con marcado acento italiano.