Pasen y vean...
¿El pacto de los montes?
Antonio J. Quesada
Conforme la vida me va llenando
la cabeza de canas, e intuyo que suben el colesterol bueno, el regular y el
malo, entre otras ordinarieces corporales de esas que salen en los análisis de
sangre, me voy convirtiendo en más escéptico ante casi todo. A pasos
agigantados, además: soy escéptico incluso con mi propio escepticismo. Todavía
no he llegado al punto de pensar que lo único que hay que tomar verdaderamente en
serio es la carta del restaurante, como apuntaba el mítico Jep Gambardella en
“La gran belleza” mítica, pero me da la impresión de que esto puede ser una
simple cuestión de tiempo (tampoco de días ni de meses, pero ya no descarto, de
entrada, casi nada en la vida).
Por eso, el hecho de que parezca
haber ahora más partidos políticos a los que poder votar no me parece que vaya
a salvarnos la vida en esta triste piel de toro triste que llamamos España,
pero también creo que el aire fresco que
introduce en el ambiente no está nada mal. Como esas lluvias que a veces nos
sorprenden en pleno verano y nos fastidian un día de playa: en cualquier caso, refrescan.
Y aunque no espero regeneración inmediata
posible, porque este país no tiene remedio fácil, sí me parece bueno el hecho
de que haya que llegar a acuerdos aquí y allá. Que nos acostumbremos a llegar a
acuerdos en la vida, no está mal eso: este país de caudillos subidos a caballo
(o subidos en poni, más acorde a nuestro tamaño) necesita dejarse de rodillos y
asumir que la política, como la vida, debe basarse en acordar, en transigir, en
ceder en algo y lograr encontrarnos por el camino. Es buena pedagogía. No se
nos olvide que hubo una época en que fueron necesarios estos pactos e incluso Aznar
llegó a leer a Cernuda y a Azaña, y a hablar catalán en la intimidad.
Básicamente han aparecido a nivel
estatal, como dos meteoritos, dos grandes marcas semi-nuevas, cada una con un
perfil más o menos definido: en primer lugar, Ciudadanos (ex-“Ciutadans”, ahora
“Ciutadans” sólo en parte), que perfecciona aquello que hiciera con gran destreza
durante una época UPyD, esto es, poder ser de derechas, de centro y de
izquierdas todo en uno, y que permite aparecer como conservador sin excesivo
pelo de la dehesa. En segundo lugar, “Podemos”, que aglutina el descontento
desde una sensibilidad de izquierda y con una tradición más asamblearia y como
menos rígida y jerarquizada que la tradicional de IU, a la que come el terreno
a buen ritmo.
Y hay que contar con ellos,
porque, si no, no salen las cuentas. No está mal: que se pongan, todos, las
pilas y se den cuenta de que las relaciones entre dos pueden ser aburridas
(dijo alguien alguna vez que el matrimonio es una carga tan pesada que es
necesario llevarla entre tres). Y ese bipartidismo más o menos imperfecto que
teníamos incentivaba que, a pesar de las innegables sensibilidades diversas
entre las dos patas de la mesa, éstas tendieran a repartirse el negocio por
partes alícuotas. Ahora esto se abre. A ver…
Por tanto, es tiempo de pactos:
en principio no me parece mal, pues eso de atender a la mirada del otro suele
ayudar a madurar (porque transigir suele implicar cierta madurez). A ver qué
pasa: si todo cambia para que todo cambie, si todo cambia para que todo siga
igual (como apuntara Lampedusa en su tan citado Gatopardo), si nada cambia para
que aparentemente todo cambie, o si nada cambia para que nada cambie.
En cualquier caso, teniendo en
cuenta la mediocridad y la envidia consustanciales a este país, puede que la
cosa esta de los pactos termine, al final, en el pacto de los montes: en
cualquier caso, de tirarnos al monte para defender nuestras “caenas”, frente a
una Ilustración modernizadora impuesta desde fuera, sabemos mucho en este país.
Quiero pensar que no será así,
aunque no sé si tengo motivos para ello. En fin, quiero pensar, con Jaime Gil
de Biedma, “que nuestro mal gobierno / es un vulgar negocio de los hombres / y
no una metafísica”.
http://www.opinion.tribunandaluza.es/el-pacto-de-los-montes.html
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