Querid@s amig@s, les dejo un microrrelato que escribí para un concurso y que no se comió un rosco de vino, todo sea dicho. Es un homenaje a MVM, un referente ético y a ratos estético para este humilde escribidor. Un ejemplo de versatilidad literaria, de unión de lo divino y lo humano en sus textos (al estilo de Eco), de universalidad desde lo aparentemente local, etc. Hay "feeling", que diría el Pep.
Por cierto, entre los guiños de mi relato está una mención a "El pianista", libro que aprovecho para recomendar a todo aquel que se pregunte sobre el papel del creador en la sociedad.
Feliz fin de semana, espero que pasen un buen rato con mi paranoia-homenaje.
- Don Manuel, es un gran honor tenerle cerca –me sentí un poco intimidado, pese a que sus libros eran parte de mi vida como podían serlo esas fotografías de parientes que mi madre coleccionaba en el salón-. Soy un gran lector suyo, no imagina hasta qué punto.
- Gracias, Antonio, para un escritor es esencial saber que las cosas que escribe llegan a alguien.
- ¿Que si llegan? Por favor, necesito sus trabajos como respirar, don Manuel.
- Hombre, entre respirar y leerme le recomiendo lo primero –comentó, algo socarrón-. Yo lo llevo a rajatabla.
- ¿Sabe que sus trabajos han logrado construirme un imaginario propio del que no puedo prescindir? ¿Sabe que no puedo pasar por la Vía Layetana sin cambiar de acera, cuando llego a la altura de la Policía? ¿Sabe que conozco “Casa Leopoldo” como si fuera la palma de mi mano, pese a no haber entrado nunca?
- No se prive, Antonio…
- ¿Y que lloré cuando murió el Bromuro?
- Su época pasó, el mundo actual le superaba… -quedó pensativo.
- Seguro, don Manuel, seguro –cambié de tercio-. Disfruté “El pianista”, pero entendí que los perdedores siempre nos acabamos encontrando, a pesar de los pesares.
- Sí, tenemos tatuada nuestra condición.
- ¿“He nacido para revolucionar el infierno”? –comenté, malévolo.
- A lo mejor, nunca se sabe –se sintió halagado-. Conoce usted todo lo que he escrito…
- Todo no, don Manuel. TODO. Le necesito, Manuel –tomé su mano.
- ¿Esto es una declaración de amor? –comentó, con retranca-. ¿Me va a sacar a bailar? ¿Me va a poner un piso?
- Es más que una declaración de amor, Manuel. Ojalá fuera sólo amor. Es supervivencia.
- Jamás encontré un lector más necesitado de textos –quedó pensativo-. Cada día que no escriba me va a crear cargo de conciencia.
- Eso quiero: más droga. Usted es para mí como el polígono para el drogadicto.
- Es una manera de decirlo.
- Es una manera de vivirlo. Manuel, amo su literatura. Le amo a usted.
Entonces sucedió algo extraño: nos abrazamos y llegamos a fundirnos en una sola persona. Algo parecido a eso que dicen los curas que es el matrimonio canónico.
Me desperté. A mis pies, caído, el libro de poesías completas de Manuel Vázquez Montalbán. Mi autor fetiche.
Por cierto, aviso para navegantes... Atribuí a la madre del protagonista del relato una colección de fotos de familiares en el salón. Mi madre, en la vida real, tiene mejor gusto para esto y las fotografías están en su sitio, no a la vista, pero disponibles para disfrutarlas cuando queremos volvernos hacia nosotros mismos.
ResponderEliminar¡La guerra que da la autoficción, mare de Deu!
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