FELICIDAD BLANC A
CONTRALUZ, O LA FASCINACIÓN ANTE UNA DAMA DECIMONÓNICA
Antonio J. Quesada
“A Felicidad Blanc la
descubrimos admirados en El desencanto,
esa sorprendente película…”. Así se presentaba a Felicidad Blanc en la solapa
de Espejo de sombras, su conocido
libro de memorias a cuatro manos publicado algo después del bombazo
cinematográfico. Libro en el que, entre realidades más o menos reales (quizá menos
que más) y realidades más o menos
inventadas (quizá más que menos) Felicidad confesaba que vivía la vida a través
de la idealización del amor. Puede que, incluso, fuese así. En ese libro son
narrados (a veces parece que escuchamos a la seductora Felicidad contárnoslo a
nosotros, personalmente) episodios tan llamativos como que esta bella joven de
la alta sociedad acudiera al entierro de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, con
su abuela, como su presunta amistad en tiempos excesivamente belicosos con “El
Campesino”, su amor por Luis Cernuda o su segunda juventud platónica con
Calvert Casey. Alguna vez escuché decir que Lezama Lima recomendaba leer la
Biblia como una novela, y creo que es el mejor modo de leer a Felicidad. El
disfrute, en todo caso, está garantizado, y un estudioso y/o apasionado de los
Panero no puede dejar de hacerlo. Pero aceptando todo a beneficio de inventario.
Esta bella joven de la
alta sociedad madrileña, tras capotear la Historia de España del Siglo XX, que
no era poca (guerra civil incluida, de la que no sale familiarmente indemne), se
cruzará en la Villa y Corte con un tal Leopoldo Panero, por aquellos tiempos un
poeta casi bajo palabra de honor, de León, amigo de Maravall, y se casará con él,
aunque luego se queje por activa y por pasiva de la incomunicación en dicha
relación (lo que le lleva a enamorarse platónicamente de gentiles e
inolvidables homosexuales; cuando uno piensa en esos episodios parece que
siempre se fuera a enamorar “de quien de mí no se enamora”, como cantaba Camilo
Sesto). Además, se quejará de los inevitables amigos de Panero, esos
intelectuales capitaneados por Luis Rosales a los que podríamos llamar, casi,
“los laínes” (Umbral dixit) o “los
paneros” (Neruda dixit, en texto tan malinterpretado),
con algunos de los cuales su marido hacía tertulia hasta las tantas, en casa y
con buen equipaje etílico: Dámaso Alonso, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín,
Antonio Tovar, Eugenio d’Ors, Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco, Manuel
Machado, etc. Felicidad se casó con Leopoldo, pero también con Rosales y
compañía, según se quejará siempre. También se queja (mucha queja para alguien
llamada Felicidad, o “malllamada Felicidad”, que dirá Leopoldo María de modo
póstumo) de cómo en Astorga la reciben como a una extranjera: qué habrá
encontrado Leopoldo por ahí que no pudiera encontrar en el pueblo.
El matrimonio vivirá una
estancia en Londres inolvidable para Felicidad, pues mientras Leopoldo divulga
de modo algo heterodoxo la cultura de la España oficial, ella se sentirá muy
atraída por Luis Cernuda, a quien tratarán allí con asiduidad (también tratarán
a T. S. Eliot, pero no tendrá esa importancia para Felicidad; sí para Juan
Luis, que ya estaba en este Valle de Lágrimas, más o menos a gatas).
Volverán a España, como
se acaba volviendo siempre a la casa del Padre, antes o después, y en los años
cincuenta Felicidad publicará varios cuentos que no fueron mal recibidos por la
crítica, aunque dejará de escribir para seguir atendiendo el hogar familiar, al
estilo más tradicional (en la alusión que a ella se hace en las Obras
completas de Leopoldo Panero, Juan Luis la presenta como la escritora Felicidad Blanc Bergnes de las Casas).
Con ese panorama, no es tan
extraño que pase la factura en El
desencanto, a la hora de asumir el discurso y contribuir a la crítica de su marido,
además de dejar entrever una refinada crueldad que, a lo mejor, agranda su
seductora imagen. Incluso parece renacer, de alguna manera, tras el fallecimiento
de Leopoldo: el capítulo de sus memorias posterior a la muerte de Leopoldo,
capítulo final, se titula Yo misma. Como
si volviera a ser persona (¿se puede hacer una lectura de género y presentarla
como una mujer maltratada por cuatro hombres complejos de gestionar, o el
amor-odio era un vehículo de ida y vuelta?). Con el tiempo incluso trabajará
para el Estado, en un puesto que será envuelto en toda una mitología, como todo
lo que rodea a Felicidad (de esto ha hablado ella misma, pero también Octavio
Paz, Luis Antonio de Villena, Molina Foix, Benito Fernández, etc.).
En El desencanto, por tanto, descubrimos que era un personaje
espectacular, y de ahí que su figura interese y poco después publique sus
memorias, Espejo de sombras (más un
segundo libro, menos relevante, y muchas entrevistas aquí y allá). Gil de
Biedma recuerda en su “Diario de 1978” cómo fue a la firma de ejemplares de dichas
memorias, en la Librería Argos, y destaca que Felicidad es “un personaje
complicado y está muy bien”. Con el tiempo peregrinará a Euskadi, pues
Leopoldo María será internado en Mondragón, y ella seguirá estando siempre
cerca de él (una relación poliédrica, la suya; digna de estudio propio), y el
30 de octubre de 1990 fallecerá, aseguran que excesivamente sola. No hace mucho
se ha reeditado el libro de memorias, pues la edición original era compleja de
encontrar en el mercado de primera mano.
También con el tiempo
serán los estudiosos los que pongan la imagen de Felicidad en su correcto lugar
(Utrera, Benito Fernández, Villena, etc.), pero no cabe duda de que su voz fue
escuchada y hubo que quebrar bastantes de las fantasías y atractivas medias
verdades que ella tejió y divulgó con tan exquisita creatividad, y que tanto
nos sedujeron, para poder comenzar a intuir al personaje que había detrás.
Porque el que no
estuviera seducido por esta atractiva dama decimonónica… que levante la mano.
Creo, si tú me lo permites querido maestro Paneriano que Felicidad Blanc fue una mujer que “no acababa de encontrar su sitio” y que sólo cuando decide despertarse se da cuenta de que la han tenido dormida muchos años.
ResponderEliminarEn Espejo de Sombras, Felicidad Blanc se define como “mujer que ha dimitido de sí misma”.Creo que su gran equivocación fue la de confundir vida con literatura (como una menda?)
Aún asi esta mujer nos deja un gran legado a todas las mujeres, asegurando que no habla por exponer un caso particular sino que piensa “en tantas mujeres” que como ella, habrán dejado que se oscureciera su inteligencia, perdida la curiosidad por todo, anuladas en su renuncia inútil.
Gracias maestro por acercarnos un poco más a esta gran mujer.
yo indudablemente no la levanto, tus crónicas no tienen precio
ResponderEliminarGracias, amiga, por enriquecer estas opiniones personalísimas. Felicidad provoca que realdad y ficción se mezclen y confundan... Un lujo de personaje. Abrazos fuertes,
ResponderEliminarYo tampoco levantaría la mano, querido Víctor... Gracias por compartir estas complicidades, abrazos muy fuertes,
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