LA SOPORTABLE LEVEDAD DE
MI SER
Antonio J. Quesada
“Todos los fuegos el fuego”, apuntaba el Maestro Cortázar en aquel mítico
libro de relatos. ¿Todas las soledades la soledad? No. Sin duda, no. No se
puede generalizar tanto.
Soy un gran defensor de la soledad: bueno, para ser exactos, soy un gran
defensor de mi soledad. Mi misantropía
aumenta cada segundo que marca el reloj de mi escritorio
(reloj-clepsidra-depende) pero… no puedo faltar a la verdad. No. Todas las
soledades la soledad no. La mía es un privilegio para mí, pero no siempre se
entiende de ese modo.
Empezaba Tolstoi su magistral “Ana Karenina” apuntando algo así como que
todas las familias felices se parecen, pero que cada familia infeliz lo era a
su manera. Posiblemente todas las personas acompañadas se terminan pareciendo
bastante, pero cada persona solitaria lo es a su manera. Hay diversos tipos de
soledad: la soledad impuesta debe de ser horrible. La soledad pretendida es un privilegio.
Hay quien necesita tener a muchas personas alrededor para no sentirse solo,
y es muy legítimo (con el tiempo me voy haciendo más comprensivo con casi todo:
que cada cual gestione sus miserias como sepa, pueda y le dejen). Pero también
hay quien no entiende esa necesidad de soledad que muchos sentimos y buscamos,
y eso tampoco es correcto. Exijo respeto.
Si lo medito, en realidad mi soledad, mi deseada soledad, está muy
acompañada: por mis referentes literarios, a los que leo y con los que dialogo,
con mis cineastas favoritos, con mis músicos predilectos… No cambio nada de
eso, en general, por las compañías que me suelen caer del Cielo en mis caminos
diarios. Seguramente, a esto llamo soledad.
Hay quien, a falta de personas físicamente presentes, se busca una compañía
virtual: busca ciber-amigos, ciber-parejas, practica ciber-sexo o se convierte
en asiduo de mil y una redes sociales en las que crearte un personaje y que la
gente te ponga “me gusta”, “guapo”, “poeta” o no sé qué. No los juzgo: cada
cual huye de la soledad impuesta como buenamente puede.
Pero yo también tengo derecho a la vida: voy por este Valle de Lágrimas de
perfil y no necesito compañía, la llevo puesta. A lo mejor puedo repetir
aquellos conocidos versos de Lope de Vega, en “La Dorotea”: “A mis soledades
voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo / me bastan los
pensamientos”. Sí, exactamente.
Para
gustos, colores. Y todos tenemos derecho a formar parte del arco iris. Reivindico
mi derecho a esta soledad sonora.
“Libertad, ¿para qué?”, se planteaba algún líder político alguna vez, en
frase que me aterra. “Soledad, ¿para qué?”; podríamos plantearnos nosotros aquí
y ahora. Buena pregunta. Personalmente (soy el caso que tengo más cercano,
permitan que cometa la falta de gentileza de hablar de mí), como he dejado
caer, busco la soledad para estar en compañía. Soledad para gozar de una compañía
muy especial: la compañía de ese muchacho extrañado que me mira desde el fondo
de los espejos. Soledad para encerrarme en mí mismo con mis fantasmas y
demonios familiares, algo que quizá parece un extraño gesto agustiniano para un
ateo que vive como agnóstico.
Soledad para buscar la compañía de mi sombra, de mis libros, de mis
músicas, de mis películas. Si lo pienso, tampoco estoy solo, en realidad, ya lo
he dicho. Mi soledad es una soledad sonora, estoy con todos estos amigos. Soy
como el Director de una orquesta imaginaria que se siente cómodo con esta
labor. Generalmente (salvo honrosas excepciones) son escasas las personas que
me inducen el deseo de estar con ellas antes que ensimismarme (o enmimismarme). Muy pocas. Cada vez, menos.
Por eso, soy feliz así, respétenme. Me siento muy ligero: hay quien
necesita movilizar a una legión de personas para cualquier cosa, y si no lo
logra, es un fracaso (ya no puede subir foto a Facebook o algo así). Yo no. Yo
soy feliz con mi ligereza machadiana. Con mi levedad. Con tanta levedad. Yo soy
feliz en la UNED, no necesito matricularme en la Universidad presencial.
Yo soy feliz con la soportable
levedad de mi ser.
La periodista Maruja Torres en su autobiografía ya se vanagloriaba del placer que le producía dormir sola. Darwin daba largas caminatas por el bosque y rechazaba enfáticamente invitaciones a fiestas.
ResponderEliminarLa comodidad de disponer del sofá, poder cambiar de canal sin tener que negociar, improvisar planes sin avisar ni dar explicaciones, pasearse por la casa de cualquier guisa, comer a cualquier hora…
Una de las conclusiones que saco es que la soledad resulta básica para la creatividad, la innovación…
Asi que bendita soledad¡¡¡
Yo tambien soy feliz con mi levedad el problema es que los demás no me entienden...
Gracias, amiga, por ser y por estar... Abrazos fuertes,
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