No hace mucho recordaba aquellas palabras del gran Mario Vargas Llosa
dedicadas al trabajo mítico del mítico Juan Goytisolo, "Don Julián". No
está de más volver a recordarlas: "Hay que desconfiar de los novelistas que
hablan bien de su país: el patriotismo, virtud fecunda para militares y
funcionarios, suele ser pobre literariamente. La literatura en general y
la novela en particular son expresión del descontento: el servicio
social que prestan consiste en recordar a
los hombres que el mundo siempre estará mal hecho, que la vida siempre
deberá cambiar. Esta misión no es superior a la del funcionario empeñado
en defender lo establecido: es sólo opuesta. Y, al mismo tiempo,
complementaria".
En estos días releo, "después de tantos años" (un lletraferit paneriano no puede, ya, escribir estas palabras sin pensar en Ricardo Franco), "Señas de identidad". En un momento especialmente oportuno, por aquello de la fanfarria de las campañas electorales (a veces parezco incluso inteligente en mis decisiones). Y entre tanto político que lo va a arreglar todo, siempre que no salga elegido el negligente de enfrente, es bueno repensar sobre lo que somos. España necesita ir al psicólogo (o, mejor, al psiquiatra), para que nos diagnostique de una vez lo que sea y afrontarlo (los problemas, aquí, duran siglos, será que casi todo "nace muerto, vive muerto y muere muerto"). Cuando, por descuido, escucho a alguno de los mediocres próceres que rondan por ahí salvando la Patria de los berberiscos, se me cae el alma a los pies (y, como digo por algún poema que no sé dónde está, me entran ganas de darle una patada y terminar ya). Escuchar a un prócer y sentir irrefrenables deseos de votar al contrario (porque en este bendito país no se vota por alguien, sino generalmente contra alguien) es todo uno.
Es saludable repensarse. Por eso, mientras sigue la feria política y todos arreglan la Patria, yo vuelvo a meter la nariz en el libro de Juan Goytisolo. Un creador excesivamente lúcido y, por tanto, acostumbrado a la soledad y a los palos por todas partes. Inevitable.
En estos días releo, "después de tantos años" (un lletraferit paneriano no puede, ya, escribir estas palabras sin pensar en Ricardo Franco), "Señas de identidad". En un momento especialmente oportuno, por aquello de la fanfarria de las campañas electorales (a veces parezco incluso inteligente en mis decisiones). Y entre tanto político que lo va a arreglar todo, siempre que no salga elegido el negligente de enfrente, es bueno repensar sobre lo que somos. España necesita ir al psicólogo (o, mejor, al psiquiatra), para que nos diagnostique de una vez lo que sea y afrontarlo (los problemas, aquí, duran siglos, será que casi todo "nace muerto, vive muerto y muere muerto"). Cuando, por descuido, escucho a alguno de los mediocres próceres que rondan por ahí salvando la Patria de los berberiscos, se me cae el alma a los pies (y, como digo por algún poema que no sé dónde está, me entran ganas de darle una patada y terminar ya). Escuchar a un prócer y sentir irrefrenables deseos de votar al contrario (porque en este bendito país no se vota por alguien, sino generalmente contra alguien) es todo uno.
Es saludable repensarse. Por eso, mientras sigue la feria política y todos arreglan la Patria, yo vuelvo a meter la nariz en el libro de Juan Goytisolo. Un creador excesivamente lúcido y, por tanto, acostumbrado a la soledad y a los palos por todas partes. Inevitable.
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