RETRATOS (SIN FLASH) DE ALBERTO MORAVIA
Antonio J. Quesada
Alberto
Moravia es un novelista sin el cual no se puede comprender la Italia del Siglo
XX (Il Novecento). Para entender a
Moravia, tarea de por sí compleja, es imprescindible la lectura de la biografía
escrita por Renzo Paris, Moravia. Una
vita controvoglia, así como Vita di
Moravia, libro de entrevistas de Alain Elkann, entre otros. Ahora me
gustaría esbozar algunas ideas especialmente sugerentes: aportar una especie de
retratos (sin flash, no hay espacio para tanto) de Alberto Moravia.
Narrador tan
seguro de su misión que estaba convencido de que un narrador no escribía
versos, predicó con el ejemplo. Inventó aquello del existencialismo con Gli indifferenti en 1929, unos años
antes de que llegaran unos brillantes profesores de instituto franceses y un
argelino genial y divulgaran la cosa, en la segunda postguerra mundial. Malraux
aseguró que después de ese libro murió Moravia, aunque no estoy de acuerdo.
Como algunos
otros ilustres creadores, una enfermedad le sirvió para echar un pulso a la
vida y para formarse leyendo (contará esta experiencia en “Inverno di malato”,
1930, relato del que siempre estará muy satisfecho). Su amplia cultura italiana
se extenderá también a la francesa (adora Francia), pero también a las culturas
rusa e inglesa.
Siempre le
interesó el cine, junto con la literatura y la pintura, y el cine no le trató
mal: La ciociara fue llevada al cine
por De Sica (traducida al castellano con el horrible título de “Dos mujeres”), y
protagonizada por Sophia Loren (Óscar a la mejor actriz en 1962); Il disprezzo, por Godard en 1963, con Brigitte
Bardot y Michel Piccoli, pese a que el cineasta asegurara que era una novela
para leer en el tren, o Il conformista
por Bertolucci (1970), con Stefania Sandrelli (obra maestra de Bertolucci,
según algunos). Además, Gli indifferenti
se trasladó al cine por Francesco Maselli en 1964, contando con Claudia
Cardinale y La Romana, por Luigi
Zampa (protagonizada por Gina Lollobrigida). Moravia, que se sentía muy afín a Luis
Buñuel, no debe considerarse maltratado por el cine.
De su magna
obra, que puede ser leída como una gran autobiografía del tiempo perdido, al
estilo proustiano, me gustaría recomendar muy especialmente Agostino, para algunos su obra maestra
(1943-1944), La romana (1947) o,
sobre todo, Racconti romani (1954), que
para un enamorado de Roma es esencial (casi todos los relatos se publicaron en
el Corriere della Sera). Además, tradujo
“Los asesinos” de Hemingway, fundó la Revista Nuovi Argomenti, a imagen y semejanza de Temps Modernes de Sartre, y fue el amigo del alma de Pier Paolo
Pasolini, con el que viajará por el mundo y vivirá las noches romanas, y al que
calificará como el poeta italiano más importante de la segunda mitad del Siglo
XX (¡esta relación daría para tantos artículos!). Un poeta que hizo otras
labores, Pasolini, pero ante todo un poeta: un poeta civil cuya muerte le dejó
destrozado.
En 1937
conoce a Elsa Morante (que en aquellos tiempos vivía horriblemente sola y se
moría de hambre), y con el tiempo llegarán Dacia Maraini y Carmen Llera. Con el
tiempo llega de todo en la vida.
Gran
viajero, viajaba y escribía libros sobre esos viajes, generalmente en ese orden
(África, India, China, URSS después de la muerte de Stalin…). Conoció a la
intelectualidad del momento, así como a personajes históricos que eran hombres
de acción, como Tito, Nehru, Fidel Castro, Arafat… (incluso compró una pistola
en los años setenta, años de plomo en Italia). Entrevistó a Borges para Corriere della Sera, y le preguntó por
Picasso. “¿Picasso? Nunca lo escuché nombrar”, comentaría el genio argentino.
Emilio
Cecchi le describe como un “humorista pedante”. Otros como un “Tolstoi sui
generis”. Para Elsa Morante era un “dictador”.
Un gran
intelectual algo autoritario, en todo caso. Como persona con inquietudes se
acercó al PCI y se alejó de él (llegó a ser europarlamentario europeo por el
PCI).
Su tumba
está en el Cimitero del Verano de
Roma, algo que puede sorprender por su origen judío (Pincherle). Área 23, puedo
asegurarlo.
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